sábado, 29 de diciembre de 2012

Las aventuras de estos días

Nadie lo sabe, pero estoy aprendiendo a hipnotizar dinosaurios pequeños.
Habría que ver la paciencia que tengo para esperar a que esta iguanita que lanza las fauces se acostumbre a mi cercanía. Habría que ver la valentía con la que me acerco y el cariño con el que le hablo. Su mordida de dientes filosísimos no duda. Espera y se lanza.
Sin embargo yo lo recibo con una ramita de pápalo; entonces cede un poco y toma una. Después toma otra y otra. Cierra los ojos, supongo, para saborearlas mejor. Entonces yo me acerco más y le acaricio la cabecita. Él se deja tocar y permanece quieto. Abre los ojos y me mira con toda su sabiduría. Yo sonrío porque la mirada de un dinosaurio es un privilegio que no a todos les sucede.
Así es ahora todos los días. Cada mañana tengo que volver a empezar. Cada que llego tengo que acercarme con las mismas precauciones.
Esta bien.
Estoy aprendiendo a hipnotizar dinosaurios pequeños.




martes, 13 de noviembre de 2012

Otra de antaño

Cuando era niña mi favorito era el número dos. Y es que mi maestra me decía que ese número era un cisne; que observara con calma. Que si me acercaba podría ver sus alas. Que era finísimo y que había que fijarse bien. Que era del color del crayón con el que lo dibujaba.
Entonces yo lo veía flotar en la hoja. Me ponía a hacer una familia entera porque quería hacer cisnes que volaran, pero todos permanecían quietos porque les gustaba el agua.

2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2...

Después me dijo que la ese era una viborita. Que observara las curvas de su cuerpo que parecía trasladarse en la arena todo el tiempo. Que si la decía en voz alta, escucharía lo que las víboras dicen a los que saben escuchar.
Como acostumbraba, me puse a escribir un número incontable de viboritas para que todas sonaran al mismo tiempo.

S s SSss S s sssss SsSSss
ssSsSSssSSSSsS
SS ss sS S ss SS ss


Así es como aprendí a que lo que uno escribe puede quedarse en el agua, puede echarse a volar o puede matar.

viernes, 2 de noviembre de 2012

El incendio

Quiero correr. Quiero correr y tener la capacidad de detenerme en seco cuando sea necesario. No es así. Obviamente, no es así. Eso lo tengo claro yo pero no mis impulsos. A veces me siento dividida en partes; como si los impulsos me fragmentaran por completo.
Me nace la inquietud que parece un cerillo que se enciende a la menor provocación y, no sé si en algún lugar que no he descubierto, llevo conmigo un almacén de gasolina blanca.
No es que esté triste; es que termino hecha cenizas a cada rato. No es que esté apagada, es que el incendio más terrible acaba de terminar.
Hay quienes nacen con una brújula integrada, otros que nacen con música en el interior, otros que vienen con un mapa. Creo que desde el inicio yo traía el combustible. Supongo que por eso me arden las acciones, la quietud, los besos, los cuerpos, los planes, los presentimientos, el pasado, el presente. No es dolor. A veces siento que la vida me arde. Entonces tengo que cerrar los ojos para respirar y esperar. De antemano sé que lo que viene son las cenizas. Para mi sorpresa me vuelvo a levantar. Camino. Se me ocurre una idea y entonces escucho el sonido del cerillo que se enciende y sé que todo volverá a pasar. De nada sirve que me detenga. Miro las llamas y sé que tengo que continuar; sé que lo haré de nuevo. Tal vez en otras direcciones, tal vez en otros territorios pero siempre me volveré a incendiar.
Hay días como hoy en los que estoy cansada y me pregunto si acaso habrá un lugar en donde me convierta en agua. Tal vez cuando todo acabe.
Tal vez.

martes, 16 de octubre de 2012

Naufragio

No quiero. No quiero. No quiero.
Toda yo soy esta tristeza. Tanta que no puedo parar. Tanta que no puedo entender. Tanta que me cuesta moverme. Tanta que me cuesta concentrarme. Tanta que quiero volar.
Quiero unas alas. Quiero unas alas para salir de este laberinto. Aunque me queme en cuanto llegue al cielo. Aunque el aire me cueste la vida.
Darse la oportunidad de rendirse y renunciar. Dejar de naufragar en las certezas que me cuestan la sangre; navegar sin encadenarme al timón de las obligaciones y dejarme llevar por el canto de las sirenas mortíferas de este mar. Que el norte deje de ser el norte y que el sur deje de ser el sur.
Salir de aquí.

jueves, 11 de octubre de 2012

Hija de puta

La niña tenía cerca de cinco años y las escaleras estaban muy altas para ella. Seguro que desde arriba sentía que para bajar hacía falta mucha valentía. Le costaba trabajo y su esfuerzo era evidente. Bajaba de de uno en uno, mochila en la espalda y un cuaderno entre los brazos. La madre apenas llegó abajo se desesperó y empezó a tronar los dedos. Supongo que le encontró el chiste porque, sin decir nada, subió hasta la niña para tronarle los dedos en la oreja. No dejó de hacerlo hasta que la niña, cada vez más nerviosa, bajó el último escalón.
Entonces me es inevitable pensarlo: qué hija de puta es la vida. Qué hija de puta.

martes, 9 de octubre de 2012

Las suposiciones de esta noche

Llueve en la ciudad y, en estos tiempos, todos terminamos empapados. Vemos llover y llovemos. El cielo se carga de nubes que apenas puede contener. Nosotros nos adjudicamos tareas que en cualquier momento pueden provocar una tormenta. Así es y la historia indica que así ha sido siempre. Que nos gusta llegar hasta el límite de nuestras fuerzas; ahí donde ya no estamos seguros de poder continuar. Como si nos gustara hablarle de tú al riesgo, como si quisiéramos escuchar el sonido de nuestro último aliento.
Y sin embargo, despertamos. Cuando todo parece haber concluido, cuando pudiéramos sospechar que ha pasado lo peor, despertamos para descubrir que lo insoportable es un poco más soportable cada vez. Con el tiempo aprendemos a conservar la calma y a perder la memoria. Será por eso que no sabemos envejecer.

lunes, 8 de octubre de 2012

Encajada

Ahora es así. A donde quiera que mire, el paisaje es el mismo. Cajas, polvo, pilas de esto y de aquello, bolsas de lo que se va, montones de aquello que se queda. Desorden. Lo que sigue es el caos. Meter la vida, apretarla; acomodarla como sea posible para que todo quepa en el reducido espacio que tengo disponible.
Tiro recuerdos al vacío. Uno no se da cuenta de todo lo que pesa la existencia hasta que tiene que moverse con ella de un rincón a otro.
No hay nada más devastador que una mudanza que no estaba en los planes del porvenir.
Entonces me da un ataque de ansiedad y lo tiro todo. Me quedo apenas con lo indispensable para moverme más rápido, para que todo acabe pronto, para que el peso no me quiebre. Así es como termino toda doblada a pesar de las precauciones.
Quisiera correr y que todo acabara. Quisiera abrir los ojos y tener una certeza que me dé la sensación de que conozco el rumbo de mi camino.
Nada. Ruido. Vuelvo sobre mis pasos con todo el peso que ha puesto sobre mis hombros el destino.
Lloro. Lloro en silencio para que ni yo me pueda escuchar; para que no lo perciba ni mi sombra. Para que Dios no se dé cuenta de lo mucho que me duele. Quiero pensar que no se da cuenta porque si es así, entonces es un poco más cruel de lo que yo esperaba. Más.
Y sí: yo lo entiendo todo. Puedo encontrarle la lógica, las causas y los efectos. Lo sé: a mí me caben muchas cosas en la cabeza. El problema es que tengo muy pequeño el corazón y sólo puedo albergar una sensación a la vez. Me inundo fácil; me desbordo a la menor provocación. Hago una tormenta por cualquier cosa.
Me empeño. Me empeño en organizarlo todo porque así me enseñaron. Intento fluir pero si me suelto, el río empedrado me lleva y me estrella. Por eso me empeño; para que todo regrese a su lugar lo antes posible.
Me detengo en seco. Escribo y me doy cuenta de la fatalidad: no tengo un lugar. No tengo un lugar. No tengo un lugar. No tengo un lugar. Lo escribo varias veces para entenderlo. Comprendo la oración. La estudio; le encuentro las categorías gramaticales porque así me enseñaron a hacerlo. La entiendo. Pero no me cabe en el corazón.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Rendición

Es la primera y la última vez que lo hago. Lo prometo. Me lo prometo.
Se lo prometo a mi sonrisa y al hombre que me ha consolado en las noches cuando lloro de rabia, de impotencia, de incredulidad.
Se lo prometo a mi dinosaurio chiquito que desde su sagrado silencio me ha escuchado gritar.
Aquí se acaba. Dejo mis restos y me voy porque no hay paga para todo esto que se chupó mi ánimo y me despojó de la única brújula que tenía. Termino de sepultar ese cuerpo que me descuartizaron y me voy.
Ya no me importa que nadie diga mi nombre completo. Ya no me importa que las promesas se tiñan de colores. Ya no me importa que los resultados algún día vayan a tener horizontes lejanos.
No me interesa.
La posteridad nunca ha estado dentro de mis planes. Lo único que quiero es la felicidad inmensa que cabe en lo pequeño sin que me estén haciendo pedazos todo el tiempo.
No soy fuerte. No soy invencible. No soy sabia. No soy prudente. Soy demasiado frágil y demasiado estúpida para estar aquí. Las cosas me duelen y simplemente no encuentro dónde se consigue la capacidad de omitir la alevosía y la ventaja.
Me declaro rota y perdida.
Me rindo.
Ante el voraz monstruo del absurdo, no tengo con qué pelear.

lunes, 16 de julio de 2012

Pedazos

Finalmente a nadie le importa. Esto es el imperio de a nadie le importa. Ni los ciegos ni los pordioseros ni los ancianos sin fuerzas. Tuvimos que cerrar los ojos y después, aprendimos a limpiarnos el campo visual de impurezas.
Lo único que nos queda es hacernos experimentos cotidianos para la esperanza: abrazar con cariño, agradecer los amaneceres, mirar los prístinos ojos de los animales, empeñarse en el alcance de lo bien hecho, hacer hincapié en los privadísimos rituales de nuestra pequeñez.
A mí todavía me queda el llanto. Sigo llorosa. Quisiera pensar que es la lluvia, pero mis buenas intenciones para explicar las cosas no han tomado la delantera. Entonces me tengo que poner a escribir aunque mis textos no tengan principio ni forma ni fin. Sólo para saber que sigo. Endeble, pero sigo. Sólo para ponerme por escrito y acomodarme. Aunque sea gramaticalmente. Aunque sea.
Que la magia suceda.
Por favor.

sábado, 14 de julio de 2012

Retirada

Ahí estuve, haciendo lo que pude; evitando las tristezas ajenas, prohibiéndome leer desconsuelos, repitiéndome una y otra vez que ahora todo es distinto: el momento, las circunstancias, la disposición, el ánimo, la sed, las redes sociales. Lo cierto es que hice todo porque tenía miedo de que la duda se me convirtiera en certeza. Finalmente ese momento ha llegado. Es como el kick boxing. Cuando uno está frente al otro con los guantes puestos y la adrenalina palpitando por todo el cuerpo, los golpes se perciben pero no se sienten en su justa dimensión. Mientras nos movamos, mientras fintemos, mientras tengamos fuerzas y velocidad para lograr un buen gancho, la pelea se sostiene. Lo peor viene después. Cuando todo se ha acabado los golpes ganan terreno, el ácido láctico se expande por los músculos y los vasos sanguíneos que se rompieron se asoman sin miramientos. El día siguiente a la golpiza es simplemente insoportable. Por eso seguí gritando y marchando y yendo y viniendo.
Pero me cansé. Hoy me cansé.
Me cansé de gritar. De negarme la tristeza. Sucedió lo inevitable: perdí. Ha llegado el momento de saberlo. Me doy una pausa para volver a encontrar mi lugar porque entre la lucha cuerpo a cuerpo con la alevosía perdí la sonrisa, las dimensiones, los horizontes, las palabras. Mis palabras.
Ya no tengo la adrenalina de mi lado. Ya no tengo los guantes puestos. Ha llegado la tenebrosa calma que tanto temí. Este es el día después del enfrentamiento en el que me vencieron: el insoportable.
Me iré a buscar en las páginas de mis diarios, de mis autores favoritos, en los abrazos de mis amigos, en los ojos de mi iguana (siempre tan preciosa y tan sabia).
Me voy a buscar porque no sé donde quedé.
Cuando haya cicatrizado, cuando esté restaurada, cuando me encuentre completa, regreso.


jueves, 14 de junio de 2012

Señales

Desde la última vez que estuviste aquí, traigo caminando tus pasos conmigo.
Si cierro los ojos, si pongo atención, puedo escuchar tu nombre en los recovecos del destino.
Si algún día pierdes el camino, ven aquí. Tengo grabadas tus huellas en la piel.

miércoles, 13 de junio de 2012

El mago de los vagones

Ya es de noche y venimos callados. Ha llovido y pareciera que todos estamos empapados de cansancio. Así se vive el metro en las noches; cuando está más sucio, cuando todos regresan después de haber sobrevivido a la ciudad sin más escudos que la promesa de volver a casa.
Y así, derrotados unos, vencedores otros, veníamos juntos sin decir nada. Entonces sucedió: se subió el mago. Ese mago que yo ya había visto antes y que aparece y desaparece cosas de las manos.
Hizo esos trucos que ya le había visto hacer; sin embargo, de lo que no me había percatado era de la magia. El mago hizo magia. Basta con ver que todos los que miramos volvemos a asomarnos con un poco de bondad. La sonrisa ante la sorpresa es inevitable.
El mago es pobre y de la nada pareciera devolvérnoslo todo. Nos sabemos afortunados porque no se subió nadie a gritar nada o a perturbarnos con sus monstruosas bocinas... Se subió un mago; nuestro mago. El que sin decir palabra nos regresa sanos y salvos a la calle, al pavimento, a la ciudad.
El sustento de la noche se lo gana a pulso porque todos queremos darle un poco de lo que en el día nadie nos dio y él sólo dice "Gracias". Se va y volvemos a quedarnos solos pero, ahora, un poco más inocentes.

sábado, 26 de mayo de 2012

Yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos

Siempre fui aguerrida. Lo fui desde que renuncié al cálido capullo de carne que me dio mi madre. Lo fui al tirarme por el precipicio de lo incierto. Lo fui al arrojarme sin certezas, a pesar del miedo. A pesar del panorama. A pesar de la historia decidí probar mis propias teorías sobre la victoria.
Con el tiempo y los golpes descubrí que lo mejor no me sucederá mañana: que en la inmediatez está la belleza y que sin ello no vale la pena seguir caminando. Que la belleza es el combustible para seguir. Que, además, puede estar en todos partes; que los ejemplos sobran.
Hoy abro los ojos y escucho las voces de miles que se levantan cerca y lejos. Aquellos que desde aquí creemos en algo mejor. En el otro lado del mar la gente también cuestiona y se toma de las manos para seguir adelante.
Esta sucediendo. Nosotros somos la historia.
Sé que puede ser doloroso; sé que puede tomar mucho tiempo, sé que implica un esfuerzo constante y contumaz. No me importa: estoy acostumbrada a las luchas cuerpo a cuerpo con el destino.
Tomo aire. Gritaré fuerte. Caminaré sabiendo que vale la pena, que juego un papel fundamental, que desde mi pequeño lugar tengo que ser impecable y persistente. Que la bondad existe y que no es un milagro: que sucede todos los días en las cosas que hago. Que mi trabajo no es un modo de subsistencia sino una responsabilidad que yo elegí, que me llena, que me oxigena.
Abro los ojos.
Voy.
Donde está mi tesoro, está mi corazón.

jueves, 17 de mayo de 2012

Ver, oír y callar

Quisiera saber un poco más del silencio. Aprender más del asunto de callarse la boca, la cabeza, los brazos y las promesas.
Saber detenerse no es una habilidad; es un acto para el que se necesitan muchas pruebas de ensayo y error. Y yo que siempre me equivoco. Yo que siempre termino diciéndolo todo; como si las palabras fueran ráfagas de voz tratando de multiplicarse entre las vocales y las consonantes que en el trayecto buscan su lugar. Yo que me tardo tanto en aprender. Yo que grito todos los nombres posibles para ver si encuentro el que le pertenece a las cosas del mundo: a la injusticia, a la divinidad, a los besos, a los atentados, a las cascadas, a los pájaros... Yo que en este intento de nombrarlo todo termino acorralada entre definiciones y conceptos que no hallo cómo acomodar. Y todo por no saber detenerme. Todo por no querer esperar. Todo por tener el espíritu apresurado.
Pausa.
Lo intentaré de nuevo.
Quisiera saber un poco más del silencio.
Quisiera saber un poco más.
Quisiera saber.
Quisiera.
Silencio.

Lagrimal


Una de las palabras del día ilustrada por el maestro Benjamín Barrios.

lunes, 14 de mayo de 2012

Arrebatada

A veces quisiera decírtelo todo de golpe, pero me da miedo.
A veces no sé salir de este silencio que contiene todo el cariño, todo el deseo, toda la furia, todo tu nombre y todo lo que no entiendo.
Casi siempre tengo la brújula perdida y la noche inminente. Lo bueno es que tienes bondad de luciérnaga y entonces yo sé por dónde caminar.
Casi nunca tengo las certezas en su lugar. Soy desordenada con el asunto de andar soñando.
Soy una loca con los abrazos y casi siempre aprieto de más. Afortunadamente naciste a prueba de infiernos y sabes esperar. Sabes mirar a los ojos, sabes cantar en silencio, sabes dibujar corderos, sabes hacerme campos de trigo, sabes desenredarme el cabello, sabes descifrar las coordenadas que yo no entiendo, sabes desarmarme la ira, sabes dejarme correr.
Sin saberlo sabes de mí lo que yo apenas empiezo a saber. Lo que yo no había visto ni previsto.
Ahora puedo cerrar los ojos y entender sin tener que explicar nada. Sólo tengo que recordar que la luciérnaga eres tú.

jueves, 26 de abril de 2012

Réquiem para un bosque

A veces siento que el mundo me gana. Que la bondad no alcanza. Que mi lugar es diminuto. Que tengo una brújula pero que por momentos no entiendo el código de los puntos cardinales.
Como si la valentía que tengo no me alcanzara para tejer un bosque entero; como si esta espuma de sueños no fuera suficiente para todo el mar.
Entonces me callo para escuchar. También me pasa que me maravillo y que sonrío. Que me despierto afortunada y completa. Que toda yo soy como tierra mojada lista para las semillas.
Es solo que pareciera que siempre habrá incendios y quedo hecha miles de hectáreas quemadas de tristeza. Con la ceniza por todos los rincones y, otra vez, tengo que volver a empezar.

lunes, 23 de abril de 2012

Deshojada

Lo bueno es que los árboles me hablan. Me hablan y me dicen todo lo que no me dijo mi padre. Se mueven con el viento y siempre tienen algo que decir: que hace frío, que abra bien los ojos, que escuche con atención, que sea prudente, que mire a la gente desde donde estoy.
Los árboles me cantan siempre tonadas diferentes que nadie puede tararear. Se deshojan y se llenan de frutos.
Los árboles esperan. A veces a solas; a veces con las ramas en flor.
Lo árboles dan abrazos de padre y uno los debe cuidar como hijos y verlos crecer como quisiera crecer uno mismo.
De repente me doy cuenta de que los árboles son mi padre; que saben su nombre. Entonces no me queda más que el asombro y la bondad. Cierro los ojos y me doy cuenta que tal vez -tal vez- no lo hizo del todo mal.

sábado, 7 de abril de 2012

Como el cielo

A veces me siento como hecha de papel arroz; como escrita en blanco. A veces me pasa que salgo a la calle y camino los pasos estipulados para llegar a mi destino, pero no siempre encuentro lo que se supone que ahí debiese de estar.
A veces respiro sin aire.
A veces me salen raíces y ya no puedo salir corriendo.
Entonces cierro los ojos y me concentro. Pienso que sólo es una de esas veces; que no sucede siempre. Que los derrumbes son necesarios y que la palabra infalible no siempre está en el repertorio de mis trucos más arriesgados.
Y así, como a veces le pasa al cielo, me pongo a llorar.

miércoles, 4 de abril de 2012

La vida

Me detengo. Tengo que salir. El calor aquí me está devorando. Salgo y de a poco me pega la vida en la cara: el aire que me roza, los pasos que camino, un anciano que anda lento al otro lado de la acera, las ramas de los árboles que tienen una conversación secreta con el viento, el pacto ineludible que tiene el olor de las cafeterías con el recuerdo del café italiano.
Así, sin más, la vida me pega a la cara. Me pega con su temperatura que me devuelve las ganas de abrir los ojos, de abrir las palmas, de abrirme toda. Entonces me doy cuenta de súbito que es primavera. Que en medio de las obligaciones que me tienen rehén en el espacio en el que trabajo a ritmo de urgencias galopantes y ajenas, me doy cuenta en un instante de que es primavera... Seguramente por eso me convierto en flor cada que me besan. Seguramente por eso siento que necesito salir del capullo de mi casa y ponerme a revolotear en las calles.
Así, sin más, este único instante que tengo es la vida: las ganas de escribir cuando más falta me hace la poesía; las ganas de dejar aquí, sin estructuras ni lineamientos establecidos, lo que miran mis ojos, lo que prueba mi boca, lo que acarician estas manos, lo que desean estos brazos, lo que aprietan estas piernas, lo que late en este pecho mío y que retumba... que me obliga a detenerme y a salir.
Sigo caminando y me detengo ante un perro viejo que me mira a los ojos. Me dan ganas de llorar. Sigo caminando y escucho las palabras que atraviesan el parque y las palmeras para llegar hasta mí: palabras sueltas libres de significado dichas con entusiasmo, palabras con un dueño que quién sabe dónde está. Palabras que ahora son mías.
Dejo entonces de ser un cadáver andante movido por los hilos de la obligación. Me salen alas. Me salen alas y puedo escribir. Puedo volver a escribir que la vida me pega en la cara. Que eso es lo verdaderamente importante.
Que eso es lo que nunca se me debe olvidar.

jueves, 22 de marzo de 2012

Amanecer

Conozco la tempestad. La conozco porque he terminado empapada y hecha pedazos en la mitad de la nada. Sé que ante ella lo único que le queda a uno es sobrevivir. Así abro los ojos en la madrugada y empiezo la jornada con la vida encima.
Un café. Dos cafés. Inhalar.
Me tallo los ojos para sacudir la arena que se me quedó en la última tormenta en la que luché cuerpo a cuerpo con las monstruosas obligaciones de mil cabezas.
Entonces, sucede: llegas y llenas mi cama con los cascabeles de tu sonrisa. Toda yo me convierto en un rincón: en el tuyo. Me doy cuenta de que ese es el momento en que verdaderamente ha acabado la noche y sucede el día, de que no se me han acabado las fuerzas, de que vale la pena volver a empezar.

viernes, 20 de enero de 2012

Por todos lados

De repente siento que tengo tu nombre por todos lados; como si todo el tiempo escuchara tu voz. Como si pudiera burlar cualquier distancia.
La calamidad me sucede y sé que en alguno de tus rincones me puedo esconder. También me puedo sembrar y después ponerme a crecer. Germinar en tus brazos.
También me gusta pensar que así, de alguna manera, te pongo a salvo. No sé de qué; tampoco de quiénes. Con que aquí te quedes y te mojes los pies en el agua de estas orillas, está bien.
Con eso.

Cariño a quien cariño merece

Miguel siempre fue gordo. Muy gordo. A mí me gustaba que fuera gordo porque así me podía acostar sobre su enorme panza y abrazarla. Miguel era inabarcable. Cuando jugábamos a las escondidas él asumía que lo encontraría muy rápido porque le asomaba su maravillosa panza entre las cortinas; sin embargo, por más que buscaba sentía que él hacía magia porque yo no lo podía encontrar. Entonces se me llenaban los ojos de agua porque tenía miedo de que hubiera desaparecido y no sabría la manera hacerlo regresar. Cuando estaba a punto de llorar, él me decía: “Ya, Luri. Aquí estoy”. Entonces yo corría a su panza para abrazarlo. Y lo apretaba mucho, mucho, mucho. Lo apretaba mucho porque siempre lo he querido así: mucho.

miércoles, 11 de enero de 2012

No de ti

Me puedo cansar de la rutina o de la jornada o de las noches que me paso frente a los pendientes. Me puedo cansar de los pretextos del mundo, de las canciones inevitables, de los espacios de siempre, del tráfico de todos los días...
Me puedo cansar de todo pero no de ti. No de tus ojos que tienen la virtud de la sonrisa ni de tu voz que me hace revolotear. No de tus manos que me convierten en mariposa y me enseñaron a volar.
Si lloro, si me enojo, si me confundo, si cierro los ojos no es por ti; es porque las cosas me cansan y me rebasan. Si sonrío, si me vuelvo a asomar, si me pongo a cantar es porque he aprendido a convertirme en abeja, en cascada, en nube, en reptil.
Todo eso ya lo sabía pero desde que llegaste aprendí a perfeccionar el buen arte de abrazar con cariño por las mañanas, de considerar otros sabores en mis viandas, de cocinar para comer acompañada. De querer.