domingo, 27 de abril de 2014

Los hijos de Sánchez y yo

Hoy me encontré a un amigo que hace años no veía. Si no me equivoco, ambos tenemos la misma edad.
Ante el Cómo estás, su respuesta fue radiante. A Chava le brillaba algo cuando me respondió:
-Mejor que nunca, de hecho.
Yo me limité a sonreír y, por supuesto, a decirle que me daba gusto.
Me pareció absurdo y -por supuesto- estorboso, decirle que yo no... que me sentía hecha un nudo. Que cada vez entendía menos al mundo. Que la lectura de Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis me hace perder la brújula. Que los personajes me duelen en algo de muy muy dentro.
Cómo decirle lo doloroso de leer a personas que viven un pacto indisoluble con su pobreza, con su soledad, con su miseria, con su orfandad. Y digo personas porque el texto no es ficción. Se trata de los testimonios de una familia mexicana de la década de l950. Todos viven a golpes, con lo mínimo, con rencor. El dolor y el desconcierto son inevitables cuando se tiene la sensación de que el tiempo sigue siendo el mismo; de que no hemos avanzado un ápice... De que siento que este país vive en el mismo abandono desde el principio de los tiempos... esos en los que nos quedamos sin dioses.
Y como era absurdo decirle todo eso, vine a escribir aquí que hay libros que me duelen. Este, me parte. Voy a la mitad y no tengo más remedio que continuar con la sensación del vacío.
Vine a escribirlo porque quiero pensar que somos muchos  a los que se nos incrustan ciertas páginas.
Porque si se lo digo a alguien de viva voz, tal vez me dé más tristeza toda esta tristeza.
Porque hoy no puedo hacer más.
Porque no pude evitarlo.

 

miércoles, 8 de enero de 2014

Suspendida

Yo me despierto. Al menos eso creo pero también siento que hay un pantano debajo de mis pies.
Tal vez por eso me cuesta tanto abrir los ojos por la mañana.
Siempre me pasa así las primeras veces.
No sé por qué.
Quisiera pensar que mañana será otro día pero lo cierto es que este es el único del que puedo dar testimonio.
Y yo que me preciaba de tener todo acomodado en su lugar.
Y yo que me preciaba de ser precavida.
Yo que decía que el abismo a mí nunca me iba a jalar.
Yo aquí, convertida en el precipicio.