viernes, 3 de mayo de 2013

Rinoceronte

El año pasado se incendió el bosque de La Primavera durante tres días. Esos tres días me puse a llorar.
Pensaba en todos los árboles que se estaban quemando en esa hoguera y se me apretaba el corazón. Más apesadumbrada me sentía sabiendo que el incendio había sido premeditado.
En cada árbol se nos murió un padre y yo hubiera querido tener lágrimas para apagar todo el fuego. Pero no pude. Sólo tenía la pequeñez y la imposibilidad.
Hoy se declaró extinto el rinoceronte negro del África occidental.
Hoy he vuelto a llorar. A lo mejor es que soy tonta y no me caben en la cabeza todas las razones del mundo. Pero es que tampoco me caben en el corazón. Por todos lados me parece insensato: hoy ya no hay más rinocerontes negros sobre la tierra porque se los acabaron. De a poco y después de una cacería sin tregua terminaron con todos los que habitaban este lugar. Así, de golpe, ni uno más.
Momentos como este la vida y la muerte me ponen quebrantable. Me hacen sentir absurda.
Hoy tengo una tristeza que no puedo explicar de manera razonable.
Hoy tengo esta historia en la cabeza que no puedo dejar de lamentar.
Otra vez me queda la imposibilidad y la pequeñez.
Otra vez.
Esta noche me quedo sin rinocerontes negros.