viernes, 8 de julio de 2011

Día cero

Camino y me pregunto si ésta que camina soy yo. Ésta: la de raíces gruesas y enterradas en lo más profundo de su selva de asfalto. Apenas puedo creer que levantaré toda mi corteza y que echaré a andar por caminos que siempre he -literalmente- soñado, visto en pantalla e imaginado. Caminos que podré oler y palpar con toda mi sedentaria naturaleza.
¿Esta soy yo? Me detengo. Entonces cierro los ojos y me siento como en pausa. El mundo a mi alrededor sigue su curso y esta vez detendré mi vida por completo para cambiar un rato de camino, de espacio, de tiempo, de colores.
Tengo ganas de llorar. Trago saliva. Me abandono al llanto que no puedo explicar. Quisiera tener las palabras y me percato de mi pequeñez. Mañana estaré allá arriba durante once horas. Me convierto en mi propia bocanada de aire para no morir. Vuelo dentro de mí misma y no lo puedo explicar.
Por supuesto todo está listo. Milimétricamente listo. Y yo que me quiero ir a enjuagar el síndrome de la simetría.
Escribo. Escribo, escribo, escribo, escribo. Escribo porque no puedo hacer otra cosa. Porque en estos estados de espíritu cimbrado no sé hacer más. Testimonio de ello son todos los diarios que datan de hace más de quince años.
También me siento como llena de cariño. Será porque la gente que me ha dado de abrazos no es poca. También me siento como en un estado radiante de querencia. No está de más decir que agradezco sus minutos de lectura aquí conmigo, aguantándome las preguntas y el llanto.
No está de más decir que los quiero.
Con todo mi apretado corazón:
Lou...