martes, 23 de noviembre de 2010

Disertaciones en torno a los impulsos y el desastre

Los seres humanos estamos un poco desorientados. Muchas veces nos cuesta entender los caminos que transitamos y los lugares a los que llegamos. Tenemos la certeza científica de estar hechos de carne, huesos, vísceras, emociones y demás. Sin embargo eso no nos redime de ir conscientemente por el lado equivocado, de caminar por el sendero más espinoso y de relacionarnos con las personas más filosas. Peor aún: de encontrar un cálido lugar en los brazos más corrosivos. Y ahí, en medio de la contradicción, sin el menor asomo de sentido común, nos sorprendemos incrustados en torcidas historias. Es entonces que nos damos cuenta de lo difícil que es salir y estar y vivir... conducir el auto, prender la luz, cerrar los ojos, acostarse, respirar, asomarse, etcétera.
Sucede. No sé si poco o mucho, pero seguramente en este momento, en algún lugar del mundo, hay un psicoanalista tratando de encontrar el origen de la falla en algún paciente que carece de perspectiva para verse a sí mismo desde el lugar más saludable. Y ya no hablemos de los pacientes que deciden responsablemente cambiar el rumbo de su torcida historia. No podemos dejar a un lado a aquellos que en secreto y en la intimidad se dejan atar o atan, se dejan golpear o golpean. Aquellos que necesitan de manera furiosa una bofetada en medio del orgasmo; aquellos que se divierten con la anomalía del dolor, o aquellos que la necesitan. Aquellos que deliberadamente deciden destruirse. Los seres humanos somos terriblemente hábiles para eso. Las maneras, los medios, los lugares, las circunstancias, los obstáculos y los inconvenientes son lo de menos... o lo de más; dependerá de la peculiaridad del ser humano en cuestión.
Que no es sano, se dice o se reclama. El problema es que tampoco es inevitable. Entre el impulso y la voluntad existe lo mismo una línea que un abismo. Estar al borde de lo indebido y de lo reprochable es tan terrible como fundamental y necesario. Uno conoce la clave para hacer estallar la bomba. El problema no es que la dinamita esté pegada al pecho, sino que tal vez, ya no se tenga la oportunidad de volver a estallar.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Toda yo

A todo lo largo y ancho me encuentro. En la arena están enterrados los secretos, los aguijones mortíferos, las madrigueras, los cuerpos sin sentido y los refugios clandestinos. En algún lugar, el oasis de mi sangre. Aquí, la soledad abarca, abraza, conversa. En cada grano de arena va implícita una minúscula parte de mí. El calor puede ser insoportable. No hay superficies uniformes, tampoco impulsos predecibles. Debajo de las piedras, las arañas de mi cariño esperan la mano inocente para trepar por todos lados. Mi voz silva en el viento. Mis deseos están en cada espina. El lugar no es fácil, pero me pertenece de cabo a rabo. Aquí es donde estoy, crezco y sucedo. Toda yo soy un desierto.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Efebo y mortal

Ramiro no sabía dónde acomodar las manos. Seguía en el proceso de creer que le estaba sucediendo. No quiso escuchar nada ni a nadie. Como dudaba de todo, no preguntaba nada, no fuera a ser que la certeza acabara con tanta felicidad.
Catorce años, el bigote ralo, un acné que le destrozaba las mañanas en el espejo, ese colmillo de más que había salido quién sabe de dónde y los resagos de la vida sedentaria que hacían estrago en sus costados estaban ahí, pero esta vez tenía algo con qué hacerles frente: Pamela lo había visto. Pamela Corrales, número de lista 12, de 5º B, la del desierto taller de acuarela. A ella, a ella la estaba abrazando. A la que le había ayudado a bajar los bultos de ropa para la comunidad de un cerro que pasaba frío. La misma que podía compartir un asiento junto a él sin mirarle el diente maldito todo el tiempo, como si su fealdad no estuviera ahí. Pamela Corrales, la que le había encendido los fuegos artificiales del corazón. La misma por la que podía dejar de compartir las horas libres con el Richard.
No sabía cómo, ni por dónde. Apenas le rodeaba el talle y mantenía sus labios pegados a esa tersa mejilla mientras ella no apartaba los ojos y los dedos del celular. A veces volteaba para darle un beso discretísimo, entonces él estallaba en silencio. No se acercaba del todo para que ella no fuera a percibir en su delatadora pelvis las consecuencias de tanto amor. Nada importaba el examen de química, ni las ecuaciones que cada día entendía menos, ni la obra de Pericles o Sófocles o Demóstenes... o como se llamara. Ahora sólo las clases donde se mencionaba el aparato reproductor femenino, tenían sentido. Estudiaba detenidamente el mapa de aquel útero a colores que le daría la pista para encontrar los misterios insondables de Pamela Corrales. También exploraba las imágenes obsenas de la pornografía que su hermano escondía en la habitación, pero las proporciones de las modelos depiladas hasta la vulva, nada tenían que ver con lo que veía en ella. Sabía que eso no era lo que encontraría ahí (aunque por supuesto, no se privaba de los placeres solitarios). Tardaría dos semanas en el paraíso de aquellos brazos finísimos. Después ella le diría que estaba confundida. Él tardaría meses tratando de entender. El Richard le haría burla cada que se les atravesara la Pamela por enfrente. Él regresaría a su lugar en la última fila hundido en el video juego portátil que lo sacaba de ahí. Algún día se podría deshacer de su desoladora virginidad, de su fealdad desproporcionada. Por lo pronto, sólo le quedaba contemplar a la maestra de Biología que con tanta claridad explicaba sobre la meiosis y la mitosis y, por supuesto, sobre el aparato reproductor. Miss Rocío. Miss Rosy. La de maquillaje sin escándalos y manos suavísimas (seguro tendría las manos muy suaves). La que siempre olía bien y se acercaba más a las imágenes de las revistas para adultos. Menos mal que cuando estaba en el laboratorio tenía que usar la bata porque siempre se le notaba en la pelvis el furor.

martes, 2 de noviembre de 2010

Señor Garduño

Cuando caminó sobre la arena y se tropezó con tanta irregularidad supo que tenía que dejar de tomarse las cosas tan en serio. Levantó la mirada y ahí le esperaba el monstruo más grande que había tenido de frente: el mar. Respiró y su espíritu citadino se vino abajo con la humedad de la brisa. El señor Garduño, hombre invisible que pasaba de oficina en oficina llevando paquetes, se dio cuenta de que la vida y la muerte estaban en otro lugar.
Ese momento le había costado los ahorros de año y medio para irse a la playa sin la esposa que no tenía ni la madre enferma que le llamaba siempre a la hora de la comida. Caminó por la playa nudista con su redonda panza y sus pelos por todos lados. Cuando menos se lo esperó ya estaba sonriendo. Se dio cuenta de que alguien lo había planeado todo: que en realidad él era un dios y que le habían dicho una mentira para que no se diera cuenta de su preciosidad. Ya no se avergonzaba de sí mismo. Vio sus manos regordetas, se le cayeron las lágrimas.
Por fin, había llegado el día. El señor Garduño era feliz. Verdaderamente feliz sin ayuda de nadie y sin haber tramitado nada en ninguna ventanilla. Nunca olvidaría el día que el mar le había enjuagado de las raíces y la piel el síndrome de la simetría.
Ahora lo sabía y nadie lo podría detener.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Estrictamente profesional

Estimado Sr. T.N.T.:

Cualquier error en el procedimiento, no es mi responsabilidad. Si usted no venía con las instrucciones, qué le voy a hacer.

Atte:
Srita. Peligro.

PD: Soy una profesional de mi trabajo: junto a la mecha dejé mi cariño. Despreocúpese; así será inevitable explotar.