martes, 15 de enero de 2013

Para mi Camilo precioso

Siempre he venido aquí a escribir cosas con una forma definida y con una estructura medianamente clara. Con rigor.
Hoy no será así.
Hoy puede que me equivoque varias veces porque hoy es distinto.
Hoy solo vine a escribir mi tristeza. Hoy vengo a hacer público que ayer y hoy he llorado mucho al tomar una de las decisiones más inauditas de mi vida.
Desde hace dos años -como varios de ustedes saben- vivo con un dragón de arena, con mi pequeño maestro del silencio, con un dinosaurio diminuto que me cambió la vida. Con Camilo, el majestuoso; con su majestad, el sabio.
Desde hace cerca de un mes Camilo se llenó de una escarcha dorada en su precioso lomo; sus colores se hicieron de un naranja único. Ese fue apenas uno de los indicios de su testosterona. Los cambios vinieron acompañados de una agresión que traté de sobrellevar con paciencia y con todo el amor que me fue posible.
Pensé que podría.
En verdad pensé que podría.
Incluso, en algún momento sentí que lo estaba logrando.
No fue así.
Camilo, el pequeño milagrito verde que me despertó los ojos del alma, ha atendido a sus instintos como buen reptil. Defiende su territorio cada vez con más hostilidad.
Hace tiempo le compré un gran terrario pero después de dejar de comer y dormir durante dos días, me hizo entender que prefería la libertad. Es así como hoy me niego a regresarlo a ese lugar que tanto desprecia; menos aún con el tamaño que ahora tiene.
Hoy quiero escribirte Camilo que eres una de las cosas más mágicas que me han pasado en el mundo; que no descansaré hasta encontrarte un lugar donde puedas escalar como tanto te gusta. Hoy vengo a escribirte que entiendo y respeto tu naturaleza; que lamento mucho tu falta de hábitat. Hoy quiero que sepas que aunque mi casa no puede darle albergue a todas tus necesidades,mi corazón es un refugio en el que estarás hasta el último de mis días; que en mi contestadora seguiré mencionando que te dejen un mensaje. Hoy vengo a escribirte, pequeño nahual, que me dejaste el alma llena de tu escarcha dorada; que me iluminaste toda. Vine a escribirte que lo entiendo todo. Vine a ofrecerte todas mis disculpas. También vengo a escribirte que lo lamento mucho; que lo lamento mucho.
Vine a escribirte que eres mágico y especial. Que siempre serás mi Camilo el majestuoso. Siempre.
Que te quiero mucho. Mucho, mucho. Muchísimo. Que, como nadie lo había hecho antes, me diste durante poco más de dos años una dicha que nunca antes había conocido. Que me hiciste muy feliz.
Gracias.
Una y otra vez, gracias.
Siempre -siempre- tuya:
Tu diabla de leche.

martes, 8 de enero de 2013

Multiazul

La proporción para sensaciones como esa, es fundamental. Hay que ser más pequeño que lo pequeño para entenderlo.
Gabriela iría a la playa con la promesa implícita de conocer el mar. Las postales que le habían traído sus tías junto con los comentarios sobre los colores idílicos y animales de fábula, la agitaban. Siempre que escuchaba tenía el deseo repentino de echarse a correr hasta la playa para llegar lo antes posible. Por eso brincaba mucho cuando escuchaba y preguntaba una y otra vez. Después de un rato se volvía fastidiosa pero eso no la desanimaba porque sentía que le alcanzaría toda una vida el deseo para conocer el mar.
̶¿Pero ese color es azul azul o verde azul?
̶Es aqua, Gaby.
̶Sí tía, ¿pero todo es así? Debe haber algún nombre para cuando cambian los colores ¿no?
̶Pues… es multicolor, Gaby.
̶Pero si sólo tiene multicolor azul… ¿No debería ser multiazul?
̶No, Gaby. Es multicolor.
̶¿Y sí hay mucha diferencia entre el cielo y el mar? ¿No te confundes, verdad?
̶Pues no, Gabichuela. Como lo has visto en el cine y en el internet.
̶¿Y la espuma a qué te sabe?
̶Todo el mar es salado.
̶Pero ¿siempre, siempre, siempre?
Después de la noticia de que dentro de un año iría a Veracruz, pasó todo ese tiempo bajo la advertencia de quedarse si no hacía bien las tareas, si no alcanzaba a hacer su cama en las mañanas, si no lavaba su plato después de comer… Así, pues, había llegado el momento; por fin, las vacaciones prometidas. No le importó el larguísimo viaje en auto, aunque fuera amenazada si repetía la fatídica pregunta de “¿Ya vamos a llegar?”. Y como no se la podía guardar, desde atrás del coche hundía la pregunta en voz baja con la cara pegada al único peluche que había podido llevar; a lo mejor él se lo respondía.
Después de horas infinitas su papá le preguntó:
̶¿A qué huele, Gaby?
A Gaby, aunque le dolían las piernas de tanto estar sentada le palpitó muy fuerte el corazón y trató de encontrar en su repertorio de olores la respuesta.
̶¿Es el mar?
̶Sí, Gaby; así huele el mar.
Era toda ella un gusanito que se retorcía de felicidad. Como siempre, se puso a cantar.
Una vez que llegaron al modesto hotelito en el que tenían una reservación, ella sólo se tuvo que poner las sandalias porque desde la ciudad llevaba el traje de baño puesto. Se impacientó ante la adulta calma de sus padres para acomodar las cosas de la maleta. Y así, después de otro breve tramo, llegaron. Lo miró hipnotizada, pegada a los vidrios. Antes de salir del coche, tuvo que pasar por el pegajoso procedimiento del bloqueador solar que era la condición para poder bajarse.
Encontrar un pequeño rincón fue tardado. Gaby estaba familiarizada con la muchedumbre de la ciudad en el transporte, en la formación de su escuela por las mañanas, en la feria de la delegación… pero no la dejaban de aturdir tantas personas. En más de una ocasión había chocado con las piernas de alguien porque pareciera que con ese sol, la gente perdía la noción de su espacio. Así, después de varios atropellos, encontraron un rincón en un lugar que parecía algo lejos del mar, sobre todo por la cantidad de cuerpos que había que superar para llegar allá. Por fortuna, esa misión se la dejó a su padre que la llevaba en brazos.
Una vez en la orilla, le dio un poco de miedo pero apretó fuerte la mano de su papá para que no la fuera a abandonar como hicieron con Hansel y Gretel en medio del bosque. Nadie le dijo que el color del mar de Veracruz no era como el del Cancún, así que no lo encontró multiazul, como ella decía, sino verdoso. Aun así no le dejó de sorprender que parecía que el mar nunca cabría en los brazos de nadie. Con los pies descalzos y temerosos de hundirse entre la arena que no respetaba uniformidades, se acercó.
̶Sí, papá. Sabe a sal.

viernes, 4 de enero de 2013

6 de enero

Ahora que salgo a la ciudad, me percato de algo que no había notado en otros años: por todas partes están vendiendo sobres/cartas dirigidas a los reyes magos. Las impresiones son de una calidad espantosa y entre las líneas tienen oscurísimas siluetas de los tres personajes en cuestión.
Por fuera tienen imágenes de películas para niños y por dentro ya tienen impresa en cursivas la leyenda de Queridos reyes magos.
No sé hace cuántos años esto viene sucediendo; la tragedia a mí me tomó por sorpresa porque las posibilidades de espacio son mínimas y en esas hojas no se puede dibujar. Me pregunto en qué medida el ritual ha cambiado... o tal vez es que siempre he sido dada a mirar el detrimento en todas partes, pero es que hace más de dos décadas yo me tardaba casi tres días en escribir esas cartas. No se trataba sólo de pedir, sino también de convencer; entonces me dibujaba a mí con la bicicleta esperada o trataba de retratar los detalles de mis peticiones. También dibujaba a los reyes para que vieran que ninguno era mi favorito. Antes, la carta era todo un ritual de cuyo resultado pedía opinión. La doblaba con cuidado para que la hoja conservara su simetría al abrirse o al cerrarse. La acomodaba como si fuera muy frágil; nunca he hecho peticiones a la ligera.
Es una pena: seguramente esas son las únicas cartas de papel que los niños van a escribir con su puño y letra; me temo que el ritual se ha decolorado. Lo que sigue serán las teclas y los destinatarios serán todos personajes terrenales o virtuales; nunca más tendrán la oportunidad de escribirle a un rey.