sábado, 31 de diciembre de 2011

Lupita y la lección de todos los días

Lupita Yañez, mejor conocida entre los suyos como Pi, tiene las ideas como el corazón: a la izquierda. Es maestra de primaria desde hace 36 años y terapista del lenguaje desde hace 17. Pi sabe de política, del amor, del dominó, de la pobreza, del matrimonio, del divorcio, de tequilas; de lo que se puede saber después de haber vivido 53 años.
La vocación de la docencia que la ha determinado no fue una elección suya sino de su madre. En ese entonces la pobreza era mucha y las opciones muy restringidas. A su hermana mayor le tocó ser secretaria y a la de en medio, trabajadora social. Todas cedieron a la decisión de esa madre que siempre ha tenido un instinto implacable. En lo que respecta a sus destinos, las elecciones fueron asertivas.
Cuando llegó a este mundo, Lupita le cambiaría la jugada a su señora madre quien había ahorrado hasta el último centavo durante el embarazo para poder descansar un tiempo después de dar a luz; sin embargo, y casi como una mañosa jugada del destino, las contracciones empezaron afuera de un carísimo hospital privado.
Al parecer, desde siempre, las aulas fueron labrando su destino: cuando niña vivió en una escuela en la que su mamá era intendente. Desde entonces, le fueron familiares el sonido de la tiza, los libros abiertos, los recreos llenos de gritos y corretizas, los timbres que delimitan la jornada.
Si de algo puede estar orgullosa Lupita, es de la cantidad de niños que con ella aprendieron a leer y a escribir. Desde las escuelas públicas con sus 50 alumnos por grupo hasta las privadas de colegiaturas estratosfércias. A todos les enseñó no sólo los códigos fundamentales de la lengua: les enseñó de la historia las huellas, de las matemáticas las armas para el día a día y esas otras cosas que se aprenden con el ejemplo de vida.
Como terapista del lenguaje el reto más grande siempre ha sido hacer hablar a los sordos: sacarlos del submundo del silencio para hacerles exteriorizar de viva voz la carga de las palabras y construir así los significados.
A pesar de todos los años, a pesar de todas las semanas de lunes a viernes, lo más difícil sigue siendo hacerle caso al despertador sin hacerlo pedazos y levantarse temprano. Lo más sencillo es enseñar; lo más detestable, la burocratización de la docencia que cada año se enfrenta a papeleos y requisitos que le ponen baches a la vocación. Hay quienes, como Lupita, que no pierden el brillo en los ojos para dar nuevamente la lección.
Después de los paisajes parisinos, las legendarias casacadas canadienses y los colores de Costa Rica, está segura que este es el lugar que debe y le gusta habitar.
Ahora está profundamente enamorada del bullicio del Distrito Federal, de un fotógrafo que le sigue el paso y la alegría en las parrandas. Lo mismo canta, baila, lee, estudia, besa, escucha y, ahora, hasta cocina.
Lupita cabalga la vida con gusto y esperanza, por eso –creo yo– nunca dejará de marchar y enseñar.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Réquiem

Vine a despedirme por escrito. Así hago cuando no entiendo. Así hago porque es lo único que puedo hacer.
Vete tranquilo. Hace mucho te vi naufragar en la marea de confusiones tuyas, mías, de otros. Entonces nos sucedió la distancia. Nos sucedió el silencio. Y así, cada uno se fue a atender sus asuntos, sus pendientes, sus prioridades, sus desperdicios y su podredumbre. En ese camino nos encontramos poco. Como siempre terminaba percudida, preferí cerrar todas las puertas y las ventanas. Que la luz se quedara aquí conmigo. Que no se me fuera a acabar el aire. Que no se me fuera a salir la valentía. Que no se me me escapara el sentido común que tú siempre tenías perdido. Entonces construí un castillo de puros muros. Impenetrable. Para que no entraras, para que perdieras las fuerzas en el camino por si lo intentabas. Lo logré. Hoy tengo que tirarlo todo.
Entonces, cuando ya no estás me doy cuenta de que, no sé cómo, ya estabas adentro. No sé en qué calabozo. No sé en qué coordenadas de mi tierra infinita, pero estás. En otras circunstancias te hubiera desterrado... Pero ya lo hice una vez y creo no sirvió de mucho.
Mi silencio es mi dolor. No tengo la certeza de lo que callo; tampoco de lo que duele. Supongo que es inevitable.
Cuánto escombro. Cuánto escollo. Cuánto tiempo. Cuánta oscuridad. Cuánto laberinto construido a fuerza de sobrevivir. Cuánto musgo. Cuánta humedad. Cuánta destrucción. Cuánto por levantar. Cuánto.
Hoy yo tampoco tengo ganas de levantarme y andar. Eres más afortunado de lo que imaginas.
Adiós, padre.
Que Dios te bendiga.
Descansa en paz.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Tortugas


Ilustración de "Tortugas". Por el maestro Siddartha Babbi

domingo, 27 de noviembre de 2011

Los poemas de la contienda

A continuación, los poemas que escribí en el torneo de la Revista Hotel.
Ellos daban una palabra y un tiempo límite. Estos fueron los resultados de la contienda.
En el premio venía incluida una sonrisa que todavía traigo puesta.
El dibujo lo hizo Siddartha Babbii, inspirado en el primer texto. Un privilegio, por supuesto.

Palabra: Tortugas
Suceder en el trayecto.
Quedarse en la arena.
Despertarse. Salir.
Hacia el mar. Hacia la espuma.
Allá.
Arrastrarse y, entonces, sumergirse.
Abrir los ojos en el agua.
Encontrarse con la sorpresa de no haber sido devorado.
Descubrir la velocidad.
Entonces -hasta entonces- saberse habitante del agua y ahí,
en ese lugar, aprender a volar.

Palabra: Playa
Noche de arrojarme toda.
De dejar que te esparzas como espuma sobre esta arena.
Que suba la marea.
Que te estrelles contra las rocas.
Aunque luego te vayas.
Aunque me hagas naufragar.

Palabra: Sonido
El sonido son los rastros que me quedan de tu silencio cuando te vas.

Palabra: Serpiente
Dejar que te acerques.
Esperar y guardar silencio.
Silencio absoluto.
Escucharte todos y cada uno de los movimientos.
Tomarte de golpe.
Contener tu desesperación.
Asirte con fuerza.
Matarte en el abrazo y después abrir las fauces.
Tragarte.
Tragarte de a poco.
Tragarte completo.
Dejar que todos estos días seas mi alimento.
Empezar otra vez.
Dejar que te acerques.
Esperar y guardar silencio.
Silencio absoluto.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Brenda, las ilusiones, la piel y el chocolate

Brenda tiene una habilidad notable para modificar la superficie del rostro y del cuerpo. Como muchos, su fascinación por las líneas y los matices sobre la piel, la descubrió con el tiempo. En su caso, no fue un accidente. Fue un coqueteo que desde siempre le ha hecho el escenario. Los colores ya estaban puestos en su casa desde niña y la posibilidad de transformar los espacios fue algo que le llamó la atención de entre la gama de posibilidades que ofrecía la carrera de artes visuales. No sabía exactamente cómo lo haría; tal vez ni siquiera sabía que estaba esperando el momento. Tampoco se preocupó. En lo que el destino la encontraba, se puso a hacer chocolates. Lo que empezó como un regalo para la comunidad de la iglesia, resultó una buena idea que creció, que se pulió y que rindió frutos durante muchos años.
El día que decide dejar al hombre y al trabajo que ya no amaba para dedicarse a la ardua labor del cacao y sus menesteres, sucedió. Empezó como un diplomado de maquillaje que tomó por curiosidad y terminó como la labor que la mantiene bien y de buenas. Como tiene mucha magia en las manos la llamaron prontamente. Brenda descubrió una capacidad inusitada para crear ilusiones ópticas sobre el rostro y el cuerpo. Descubrió que podía deformar la simetría y hacer de la imperfección una cualidad; que después de que los rostros pasaban por sus manos se convertían en otros y los gestos cobraban proporciones donde lo hundido se levantaba y lo pequeño crecía. Brenda le ponía color y personaje a la piel.
Desde entonces, los rostros que ha maquillado son incontables. Seguro más de tres millares, me dice. Más de tres millares con los que, sin buscarlo, establece una relación. Están los que sudan la vida durante el proceso de transformación, los que se comen el color inmediatamente, los que resultan de una delicadeza difícil de lidiar y los que se dejan iluminar fácilmente. También están los narcisistas que no pueden renunciar fácilmente a la forma original de su cara.
Brenda es en el escenario, de los invisibles que resplandecen sin estar ahí. Al final, resultó que no transformó los espacios sino los cuerpos en movimiento. Cuando se percató de la fascinación, supo que estaba atrapada porque ya no se podía salir de allí: que había aceptado dichosa la dificultad de hacer ficción a colores, de transformar las bocas en hocicos, de hacer escamas en la dermis, de ruborizar lo incoloro, de saturar y hacer escurrir los espacios áridos.
A sus cuarenta, Brenda debe cuidar de la aguerrida adolescencia de su hija que le da batalla todos los días, terminar unos títeres con los que está colaborando, encontrar a un entregado al chocolate que sepa continuar con lo que sabe y procurar con eficacia las dos temporadas de teatro que le esperan. Habla con calma, ríe sin dificultad y le brillan los ojos cuando platica todo lo que le falta. Tal vez ese sea el secreto de la satisfacción: saber hacer y tomar las cosas con serenidad.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Norma, la inquebrantable

Desde los 13 años, Norma salió a hacerle frente a las fauces del devenir. Así, entre las jornadas laborales y la secundaria, transitó su adolescencia y aprendió a no rendirse a fuerza de darle batalla a la necesidad; esa que tiene los colmillos afilados y las mandíbulas dispuestas a masticar a cualquiera.
Llegó de Tijuana a los cinco años. La pregunta de su edad la tomó por sorpresa. No es que no me la haya querido decir ni que tratara de aparentar algo. Es sólo que en medio del torbellino de todos los días, a Norma se le olvida aquello que no necesitará recordar durante la jornada. En la cafetería que tiene a su cargo verifica que los alimentos estén presentables, que el espacio invite a entrar, que los ingresos y egresos de la caja concuerden con el registro y hace acopio de todos los caballos de fuerza de que dispone para atender a una horda de adolescentes impacientes y hambrientos. Todo ello sin perder los estribos. Norma está encargada de sacar adelante un negocio que le fue encomendado desde hace once años. El prestigio que se ha ganado con tiempo y mucho cansancio es una prueba de que lo ha hecho bien. BIEN, con mayúsculas.
Cuando le pregunto qué es lo que más le cuesta más trabajo, me responde que el expresarse correctamente. Me lo dice, además, con una nitidez notable. Como si Norma no supiera que a todos nos cuesta una montaña encontrar la palabra correcta... como si no alcanzara a ver toda la luz que hay en lo que dice: que la felicidad se llama Manuel y tiene dos años con nueve meses, que Dios es su héroe, que le gusta el rosa mexicano para que la vean, que su lugar favorito es el agua.
A sus 32 años, Norma ya conoce la viudedad y no tiene cabida para el tiempo libre. Se levanta a las 4:30am para librar una batalla de dos horas de camino que van de ciudad Nezahualcóyotl al Estadio Azteca. A las 5:30pm, regresa a casa evadiendo los filos de la hora pico. Regresa sana y salva para ver a su hijo. Regresa después de haber dejado todas las obligaciones en su lugar y listas para el día siguiente.
A Norma le gusta el rock en español, la comida china, el sushi y los plátanos fritos. También le gusta mucho nadar. Desde siempre ha sentido cariño por los perros y ahora cuida a Napoleón a quien adoptó hace algunos años. Detesta que no le salgan las cosas y eso la hace ser muy cuidadosa con los números.
Hay algo de lo que está especialmente orgullosa: la confianza que se ha ganado a lo largo de los años. Norma es una persona honrada y no tiene pudor alguno en mencionarlo porque esa ha sido su única brújula en medio de la tempestad.
Sin darse cuenta, a Norma le pusieron la belleza y la virtud en el nombre. Seguramente eso es lo que la hace inquebrantable.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Araceli, la mujer de sonrisa sonora

Araceli permanece ahí, de lunes a viernes desde las 7:00am hasta las 2:30pm. Contesta los teléfonos siempre con la misma cortesía. Desde hace 18 años, ha dado prueba de grandes dotes de paciencia y amabilidad para orientar, reportar las llamadas de otras instituciones, comunicar con una de las 15 extensiones de la línea que tiene a su cargo, anotar las quejas y tolerar los reclamos fuera de lugar. Araceli Morales, sabe escuchar. Y no es algo que tome como parte del deber ineludible de todos los días; es algo que sabe hacer bien. Es algo de lo que uno se percata en la sonrisa que seguramente esboza cuando contesta la llamada.
A sus 45 años sólo ha tenido dos trabajos, una clara señal de que es una mujer que sabe echar raíces. El primero de ellos fue en una fábrica de plumas donde empezó como vendedora y terminó como representante de ventas. Ahí permaneció durante once años hasta que la fábrica salió de la ciudad. Entonces, sin dificultad, pasó la prueba de la eficiencia y el don de gentes en su actual trabajo.
Hoy en día tiene bien ubicada la voz de todos y cada uno de los que en ese colegio laboran: maestros, secretarias, directores, administradores, personal de intendencia. Se sabe sus nombres y tiene un archivo exhaustivo de sus tonos, volúmenes, matices y humores.
Los ciclos escolares terminan, también el cargo de los directivos pero ella permanece. En todo ese tiempo ha recibido tres amenazas de bomba. En el primero colgó de inmediato y le temblaron las piernas. También le tembló el sosiego; le sacudieron toda la tranquilidad. Avisó de inmediato sin poder evadir la histeria que provoca el miedo. La segunda y la tercera vez ya tenía bien puesta la calma. En esas ocasiones tuvo el discernimiento necesario para distinguir rápidamente las voces adolescentes que venían del otro lado de la línea. Colgó y levantó el reporte con la precaución necesaria.
También le han tocado las explosiones de llanto de madres de familia que necesitan ser escuchadas, que no saben qué hacer con sus hijos; aquellas que no tienen con quién hablar. Todas han sido mujeres. Los hombres no se detienen; ha comprobado que son de naturaleza más práctica. Ellos, más que ser escuchados, lo que necesitan es la extensión de la persona a la que buscan. No más.
Le han tocado las flechas de los reclamos mal dirigidos. El más constante: la falta de lugar en el estacionamiento que ella no tiene a su cargo y que, por obvias razones, no puede atender. Sabe lo que le corresponde y no se queda con el enojo de nadie.
Cuando termina de atender la última llamada, cuelga las obligaciones laborales y se va a su casa con la misma voz y la misma sabiduría a procurar al marido con el que ha compartido más de dos décadas, a escuchar a sus dos hijas adolescentes y a seguir su vida sin titubeos ni voces ajenas.

viernes, 28 de octubre de 2011

Constantino Rodríguez, los colores y las consistencias

A veces pasa que cuando las opciones parecen terminarse, la grata sorpresa nos está esperando más adelante. Hay a quienes nos tambalea la impaciencia; hay otros que saben esperar con serenidad. Entonces, cuando la fortuna llega, estamos los que la devoramos y están los que la recorren con calma. Así empezó su recorrido Constantino.
Constantino Rodríguez tiene 21 años y jamás, en toda su vida laboral como chofer, había contemplado la posibilidad de vivir haciendo gelatinas. Hace nueve meses llegó a la panadería en donde trabaja sin haber cocinado algo verdaderamente elaborado. La repostería estaba más allá de sus expectativas; más allá de todos los paisajes citadinos que le tocó recorrer al volante. La casualidad simplemente le llegó en la oportuna propuesta de un primo.
Hay personas así: que dejan las dudas para los eventos realmente importantes, que conciben fácil las posibilidades, que se descubren intentándolo todo, por artesanal y elaborado que parezca.
Supo tomarlo con calma y filosofía; de otro modo, no se echan a perder más de 30 gelatinas sin perder la cordura. Hoy en día, de lunes a miércoles prepara 3,000; de jueves a domingo, alcanza las 7,000. Ante esas cantidades pantagruélicas, las primeras pruebas fallidas se vuelven minúsculas evidencias de una paciencia de acero que ahora arroja los resultados necesarios para alimentar los antojos de gelatina de todos los habitantes de la colonia Nativitas.
También hay que mencionar que para lograr tal proeza, la hora de entrada es a las 6:00am y la de salida a las 5:00pm. En temporada alta, las cosas cambian ligeramente: el descanso sucede hasta las 9:00pm. Constantino me da el dato sin queja alguna; sin espanto. Con sobrada experiencia y un preciso cálculo de las porciones, empieza la elaboración de la gelatina artística desde la noche anterior en la que prepara la revoltura. Deja que el sereno y la luna hagan su trabajo y retoma a la mañana siguiente. El tiempo es lo que hace una buena gelatina, comenta.
Su especialidad es la gelatina de rompope con queso (sí, leyo usted bien: rompope con queso); la que más trabajo le cuesta, la de hojas de corte. Para elaborarla se necesita un pulso implacable y certero. Entre su repertorio se encuentran los mousses y el flan.
Hoy en día, Constantino no puede evitar ponerse a prueba y gusta de comparar su trabajo con las gelatinas que compra en la calle… Nada más por el mero gusto de saberse bueno en lo que hace.
Su madre y sus dos hermanas están al tanto de sus habilidades y en las visitas familiares, a Constantino le es preciso llevar la correspondiente prueba de que sigue cultivándose en materia de sabores y consistencias.
Vive solo, descansa los lunes y ve tele en sus ratos libres. Tiene el cuerpo macizo, la complexión robusta, las respuestas sencillas y los secretos de las recetas celosamente guardados. No cree en las supersticiones culinarias. Supongo que con una jornada de trabajo así, cualquiera tiene la capacidad de dejar a un lado los augurios.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Brevedades en torno al brassiere

Los brassieres son un continente. Revelan y esconden. Sujetan y sostienen el busto, la identidad, los cambios, los secretos, el esplendor y la decadencia.
Todo empieza con un corpiño si varillas ni broches de gancho con sus dos o tres opciones para abrochar por la espalda. Al principio, después de la cómoda camisetita de algodón sin mangas, le sigue un sencillo corpiño que se amolda sin mayor dificultad. La forma de este es un anuncio de lo que vendrá después: el cuello “V”, las posibilidades del escote, los colores, los encajes que faltan y los actos de contorsionismo.
Poco a poco, no sin su respectiva porción de dolor, el busto gana presencia y territorio; entonces reclama no solo más espacio y comodidad sino también algo fundamental para la clase de deportes: el soporte. Aunque también están aquellos que tienen el relleno que suple la fantasía de aquellas señoritas a quienes las hormonas no les han hecho justicia.
Empieza la búsqueda del sostén perfecto y la discordia es inevitable: las de busto grande envidian toda la gama de posibilidades que tienen las de busto pequeño: en forma de triángulo, de escote despreocupado, de copa pequeña y sugerente, de tela cuasitransparente, de colores variopintos, de broche por delante, de tirantes invisibles, cruzados, en el cuello… sin tiras.
Las de busto pequeño envidian la popularidad de las grandes dimensiones: esas que resultan el combustible inflamable de las fantasías pornográficas. Sin embargo, un gran tamaño lleva implícito un gran peso. Así es como A se asigna al busto discretísimo que a duras penas sobresale; B, para cuando podría caber prudentemente en la mano; C, para el turgente y D, para el que da problemas de espalda.
Las menos vivirán la descabellada opción del talle largo que resulta una herencia del corsé en que un discreto armazón de alambre forrado, contiene el torso y dejan nulo espacio para las torsiones, las inclinaciones y la respiración.
Cuando la señorita se convierte poco a poco en señora, cambia la talla, la marca y también el objetivo. Un buen sostén es entonces un artículo de lujo, el anzuelo de una propuesta, la promesa de un espectáculo o un fetiche de alto calibre.
Cuando la señora se convierte en madre asume de antemano los sostenes para maternidad desprovistos de encanto y dotados de practicidad para abrocharse y desabrocharse al llamado del hambre. Esos son los transitorios que se guardan para otra ocasión posible si la familia y el busto vuelven a crecer.
Al final de la jornada de vida, se busca un sostén de escote discreto que no evidencie el paso del tiempo en los encantos del cuerpo: uno que no necesita asomarse ni sugerirse, simplemente que sujete con dignidad lo que los años han dejado a su paso.
Así, en el brassiere van contenidas las expectativas, las dádivas, los años, las promesas, el alimento. Más… mucho más de lo que uno imagina.

lunes, 10 de octubre de 2011

Mayo: el saltimbanqui que sabe contemplar

La muy respetable señorita Anna Freud dijo aquello de Infancia es destino. Cuando uno observa el apacible rostro de Mayo, es inevitable pensarlo, porque a diferencia de todos los que crecimos con la promesa de ir al circo si nos portábamos bien, él creció ahí. Sí: Mayo, de mirada tranquila y respuestas breves, creció en el circo. Tal vez por eso mantiene la calma: porque nadie le prometió ver de cerca a los tigres, tampoco aquello de subirse al lomo de un inmenso elefante. Mayo, a diferencia de todos los que esperábamos los colores de la música y las carpas, tiene ese deseo bien saciado.
De toda la república mexicana, los únicos tres estados de los que no tiene memoria son Baja California Norte, Baja California Sur y Sonora. Y no los recuerda, no por falta de sorpresa, sino porque a sus ojos les ha tocado ver tanto viaje desde tan pequeño, que es difícil encontrar intactos los rincones después de los incontables parajes, gasolineras, casetas y remolques. Si de algo se puede preciar, es de conocer bien el territorio mexicano; sin embargo, no lo hace. Simplemente lo comenta porque yo lo he preguntado. Lo mismo habla del tráfico del día que de los osos rusos que le tocó cuidar una cuarentena; de sus amigos de la secundaria que del camello al que se subía con sus primos. Lo mismo menciona las tres preparatorias de las que lo corrieron que el número indefinido de tigres blancos, elefantes, camellos, llamas, osos, panteras y changos con los que ha estado en contacto. Algo debe aprender uno después de compartir el espacio de trabajo con unos compañeros así. Fue categórico con el asunto del maltrato: los animales no son castigados, sino premiados. Que levante la mano el que quiera trabajar con un león enojado.
Él es de los elegidos que a sus seis años hacía malabares sobre una pelota gigante y vendía narices de payaso. Su primera novia la tuvo a los diez: una niña acróbata cuyo cariño le costó una embarazosa petición pública de noviazgo frente a los padres de ambos. Tal vez por eso Mayo aprendió pronto que las cosas serias y los trámites oficiales no eran lo suyo. Tampoco las corbatas ni las oficinas ni los horarios establecidos. Tal vez por eso no se acuerda del número de chicas que ha tenido; sólo sonríe y dice No pues… muchas. Sí; muchas.
No habla con vehemencia del espectáculo, trabajo al que no sabe si regresará porque después de su última gira de seis meses, prefiere permanecer en un solo espacio. Necesita regresar a la música y quiere hacer una ingeniería en audio. El metal es su género por excelencia y mientras escuchamos esa música de energía desmedida en las guitarras y voces que parecen desgarrarse, Mayo conversa plácido y con los nervios en su lugar. Entonces sé que hasta los de espíritu inasible y saltimbanqui, tienen su lado sedentario y un rincón reservado para la serenidad.

sábado, 1 de octubre de 2011

Paty o las delicias de jueves a domingo

La ciudad de México se nos está convirtiendo en un lugar muy David y Goliat; donde los grandes monopolios caminan con sus gigantescas garras por encima de los diminutos negocios que buscan a toda costa seguir en el camino con los pocos e invaluables recursos que les quedan: selección cuidada y minuciosa vs. surtido a granel, contacto humano vs. máquina despachadora, sosiego vs. rapidez, hecho a mano vs. made in China, sonrisa verdadera vs. ¿encontró lo que buscaba?, refugios pequeños y entrañables vs. espacios inabarcables, sazón de casa vs. comida cuasiplástica.

Por fortuna, esos pequeños paraísos existen y espero, con todo mi aferrado corazón, que sus cualidades indispensables les garanticen la posteridad. He aquí una opción para cuando se necesite un pozole bien servido, un pambazo de leyenda, una salsa con almendras y ajonjolí que superan cualquier expectativa, una exótica agua de kiwi con tuna y maracuyá o la delicia de un café de olla que invita a platicar otro poquito más. Todo lo anterior, sólo por mencionar algunas de las delicias más distinguidas de nuestra gastronomía. Hay que mencionar que todo ello viene acompañado de Paty: chef de alto calibre con la sonrisa sincera y el trato generoso. Ella ofrece, sugiere, platica como pajarito vigoroso y da pruebas de su maestría en la cocina para ayudar a decidir al comensal asombrado de tanta sabrosura. Su lema es Lo que no le guste, no lo paga. Hasta ahora, nadie se ha podido resistir porque el primer bocado resulta una conquista inminente. Regresar es una promesa que todos nos hacemos porque después de sus ciruelas rellenas de nuez y bañadas en chocolate, la vida no vuelve a ser la misma. Ahí, en El pambazo loco, uno sale con la barriga bien llena y el corazón rebosante de pura felicidad.

Su pequeño negocio lo heredó de su madre y el virtuosismo que ha hecho de su talento, tuvo sus inicios con el primer postre que aprendió a preparar a los cuatro años. Y así, con la necesidad de ganarse el sustento desde que empezó a tener uso de razón, sin siquiera saber contar el cambio, Paty empezó a andar su vertiginoso camino. Estudió la carrera de turismo y se especializó en alimentos. Se enamoró, se casó, se hizo madre y hasta el día de hoy parece incansable. No se podría pensar otra cosa de una mujer que se duerme a las tres de la madrugada y que se levanta tempranísimo para prepararlo todo: seleccionar, comprar, picar, sancochar, freír, cocer y quién sabe qué otros secretos. Esa comida exquisita no sólo requiere buena mano, intuición y pericia, también tiempo… mucho tiempo.

Se sabe hechicera y confía en sus sortilegios porque es lo que le ha hecho vivir la vida con albricias a pesar del devenir, a pesar de todos los gigantes voraces que carecen de magia y candela.

Así pues, querido lector, acuda a Magdalena Mixiuca num. 15, colonia Magdalena Mixiuca para cuando necesite apapacharse el antojo y el espíritu.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Caro o la adelita de los últimos tiempos

Hay a quien las estadísticas no importan o afectan; aquellos para quienes los horizontes son más extensos que las malas noticias. Esos que parecen tener una aventajada negociación con el tiempo, o que tal vez han aprendido a exprimirlo todo a fuerza de tanta curiosidad. Personas que parecen torbellinos y que gustan de controlarlo todo desde el ojo del huracán.
Caro vive así: de un lado a otro, a toda velocidad, multiplicándose, dividiéndose, llenando a tope cada una de las horas que tiene el día. Caro es de la raza de los trepidantes, de los que cabalgan a brazo partido con sus dos trabajos y la carrera que se paga a sí misma en una escuela privada. Necesito presión, me dice. Eso no lo cuestiona nadie, de otro modo no habría manera de compartir la cotidianeidad y el techo con el hombre al que abraza y con dos amigos que le ayudan a amenizar el precio de la renta. Caro supo mover las montañas de la fatalidad y le dio por caminar sin escrúpulos, sin pretextos y sin prejuicios. Sin nubarrones de por medio.
Es de los sabios que saben amar los domingos porque cumple una jornada de siete horas de escuela seguida de otras cinco en el trabajo, a lo que se le añade el tiempo que hay que invertir a las tareas para el día siguiente. Nacida en el seno de una familia de mercadólogos, tiene el don para administrar las aspiraciones, las necesidades primarias y hasta el ocio porque, pese a todo, ha encontrado un lugar para ello.
Pareciera que su nacimiento auguraba su manera de transitar la vida: fue parida un lunes a las 6:05 am; como si hubiera sido dada a luz para abrirse paso el primer día de la semana desde temprano, para limpiarse el pesimismo, para levantar un imperio. Y así lo ha venido haciendo desde hace 23 años. Hay que mencionar que llegó en medio de la primavera; tal vez eso explica su naturaleza frondosa de caderas, la simplicidad de la risa y los múltiples colores en su sentido del humor.
Carolina se le ha sublevado al destino. Como nada le ha dado una prueba contundente de la existencia de Dios, tiene depositada su fe en todo lo que ella es capaz de hacer. Seguro que si Dios existe, está orgulloso de que algunos de sus hijos le dejen de echar la culpa del valle de lágrimas que cada uno se ha construido.
Aunque la quietud parece no tener un lugar en su amplísima mochila, el sueño es una trinchera de cinco horas de la que no puede prescindir para funcionar con los ojos bien abiertos y el espíritu vigilante.
Carolina Rivas Villegas es de las que estudia y trabaja; la némesis de los ninis que se pican los ojos para no llorar. Tiene bien clara la consigna de no mirar atrás para no convertirse en estatua de sal. Será por eso que le cabe tanta lontananza en la mirada.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Mirar con las puertas abiertas

¿Quién mira la cantidad de puertas que se atraviesan diariamente? Entradas y salidas para llegar o partir; lo importante es atender las necesidades del día. Las puertas, el transporte, los puestos de periódico, los baños públicos, los elevadores… todos son aleatorios, fortuitos, falibles, olvidables. Lugares de paso en los que permanecer no sólo es inconcebible, sino estorboso. Sin embargo, si uno se detiene, si uno mira con los ojos bien abiertos, se percatará de que hay quien tiene como misión permanecer ahí. Estar para las necesidades efímeras de los que vienen y se van. Están los que se quedan, los que abren y cierran. Ahí, donde uno ya no mira, hay alguien más.
Se llama Juan. Yo sé que se llama Juan pero pocos saben su nombre. Juan Sánchez Guzmán, para ser exactos. Lleva once años en la misma puerta de la misma institución. La gente entra y sale; él permanece. Algunos le dan el buenos días, hay quienes le sonríen; también están los que pasan de largo sin el mínimo de cortesía, esos que tienen el síndrome de yo soy el ombligo del mundo. Como sea, él siempre permanece amable, servicial, con la sonrisa cordial pero moderada. Su respuesta inmediata ante mi petición de entrevista fue: Dígame, profe. ¿En qué le puedo servir?
Juanito (como le digo por las mañanas al saludar) llegó a la ciudad a los 17 años. Dejó Costa Chica en Oaxaca. Cuando dice su lugar de nacimiento, sonríe y cruza los brazos. Entiendo entonces que me estoy metiendo a una intimidad y que debo ser tan respetuosa como precavida. Uno nunca sabe; todos tenemos las heridas como minas: escondidas en el subsuelo, enterradas desde hace mucho, algunas listas para estallar, otras que ya no son peligrosas para nadie.
Su jornada de trabajo es de ocho horas; dos son para la comida. En la primera, como, doy gracias a Dios y después leo. Me gusta la Biblia. La mujer con la que ahora comparte sus días es testigo de Jehová, pero Juan no tiene religión establecida, sin embargo sabe de fe. La tiene y con eso le basta.
Como miles de minúsculos capitalinos, la travesía para llegar al trabajo es de casi dos horas.
Huérfano de madre desde los tres años, hijo de un campesino, nieto de un ranchero que vivió hasta los 113, padre de tres hijos, casado dos veces, amante de las caminatas solitarias −el lugar es lo de menos, lo que importa es el recogimiento. Cuando le pregunté por una de sus experiencias más gratas en el Distrito Federal, lo único que dijo después de buscar en los 41 años que lleva aquí, fue: Ora sí me la pone difícil. Sin embargo, sonrió. Me volví a percatar entonces de que, efectivamente, Juan es un hombre de fe. De los que tienen la mirada transparente y la presencia discreta, de los que tienen la valentía intacta. De esos que valen su peso en oro; de los que llevan la honestidad en las palabras y en los ojos; de los invencibles.

martes, 6 de septiembre de 2011

El oficio de la tinta en la piel

Hay señales que el cuerpo trae de nacimiento; otras que con el paso del tiempo desaparecen o se acentúan. Están los rastros que dejan otros cuerpos, otros climas, algunas intervenciones para sanar lo que hay dentro o aquellas que son la imborrable huella de una caída, de algún objeto filoso, de algún accidente que se nos atravesó en el camino o que, literalmente, nos atraviesan en el camino.
Hay marcas que están por un tiempo; otras que se quedan con uno. Algunas que resultan un triunfo y en otros casos, motivos de vergüenza. Vestigios de lo que nos sucede; recuerdo inevitable que se niega a desaparecer.
Hay, sin embargo, otros signos distintivos que nosotros elegimos en su forma y contenido; con sus colores específicos y trazos gruesos o delgados; inteligibles al público en general o reservado para nosotros a manera de código secreto. Situados en lugares visibles o escondidos en los rincones propios de la intimidad.
Para ello están los dibujantes y escribanos del cuerpo; los que tienen por oficio el testimonio de la tinta en la piel. Tatuadores que desde el principio de los tiempos hemos necesitado para modificarnos.
Roy es uno de ellos. De pulso y precisión infalibles, de actitud relajada y con el cuerpo grueso poblado de paisajes y personajes alucinantes.
Aquí, en la ciudad de México, un día en que la casualidad estaba de su lado, mi querido Roy tuvo la suerte de ver entrar en su estudio a un hombre escoltado que le pidió un retrato del padrino en la espalda: un San Judas Tadeo. San Juditas, el santo de los casos imposibles y desesperados para que lo cuidara de las balas, que lo salvara de las emboscadas, que lo protegiera de los enemigos hijos de puta que pedían 30 grandes por su cabeza. Ante una petición así, imposible negarse.
-Está quedando rechula la carita del padrino, patrón- Decía el escolta que traía una mariconera Louis Vuitton guardiana de quién sabe qué cosas que seguro servían por si a alguien se le ocurría cantarles un tiro o sacarles una compañera bien cargada.
Como los machos, casi no se quejó. Atendía las llamadas de los tres celulares que sonaban.
-Negocios, m’ijo. Ya sabe.
Durante la sesión que duró cerca de dos horas, escuchó más de diez veces su corrido favorito. Y mi querido Roy, amante de las motocicletas y metalero de corazón que poco o nada sabe de corridos, nomás no acertó a decirme el nombre de tan significativa canción.
La indumentaria de su cliente era discreta pero cumplía con el cliché de las cadenas de oro de grosor inalcanzable, con la Santa Muerte y el santo antes mencionado por padrino e intercesor ante Dios nuestro señor.
La propina fue en dólares y para fortuna de Roy, el patrón quedó satisfecho. Le dijo que le llamara pa’ lo que necesitara sin dejarle número alguno.
Así esa noche, así la suerte, así el oficio. Así el peligro.

domingo, 21 de agosto de 2011

Retrato de familia

Y un día, todos despertaron sin saber su nombre. Imposible saber los apellidos. Nadie se parecía a nadie porque todos se habían acostado con todos. Tal vez por eso les dieron ganas de sacarse los ojos y arrancarse las lenguas. Nunca tuvieron entusiasmo para conversar, pero maldecir parecía ser un talento del que hacían gala a la menor provocación.
Cuidado con el que intentara irse. Aquí no había lugar para los renegados, pero eso no implicaba que tuvieran derecho a un espacio mejor. Si no era aquí, tampoco sería allá, aullaban.
Hijos todos del mismo rencor; atormentados todos por el mismo llanto. Sin padre ni madre. Sin hermanos. Sin motivos. Sin abrazos consanguíneos. La sangre estaba en otra parte y no era señal de linaje; sólo se trataba de cicatrices sin cerrar.
Estaban los que habían decidido dejar de reproducirse para acabar con la peste. Estaban los que no paraban de escupir saliva y semen por todas partes. Como sea, a todos les tocaba su porción de escozor e incertidumbre. A todos les tocaba la misma verdad: salvarse a toda costa. Escapar. El problema era el método. Quién sabe cómo, quién sabe por qué, seguían usando los dientes. Si nadie había nacido caníbal. Si a nadie le gustaba tragarse las vísceras de sus semejantes. Y quién sabe por qué, parecía que nadie sabía cómo evitarlo. Lo único que sabían hacer de distinta manera, era llorar.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Tuya

Le dejo a mis ojos mi necesidad de mirar y a mis manos la ansiedad de tomar. De tomarte. De arriba abajo.
Le dejo a mi boca la tarea de las palabras correctas y los retoños de mis besos. Para mí es importante besar; dejarte algo de mis labios por todos lados.
Miro más allá de las montañas: alcanzo a ver las estrellas que se te quedaron atrapadas en los ojos. Alcanzo a ver el amanecer de tus dudas y de tus certezas.
Le dejo a mis brazos la habilidad de atrapar en el aire los deseos que no le dices a nadie.
Te dejo mi cariño que crece como enredadera: sube, rodea, abraza, colorea, decora, humedece, absorbe y oxigena.
Te dejo mis ojos cerrados con todo y sonambulismo.
Le dejo a mis alas la tarea de llevarte conmigo. Cuando quieras te puedes bajar. Por lo pronto, mientras estés acá, te prodigo mis arrumacos y te doy el amor de cerca, de lejos y por escrito.

viernes, 8 de julio de 2011

Día cero

Camino y me pregunto si ésta que camina soy yo. Ésta: la de raíces gruesas y enterradas en lo más profundo de su selva de asfalto. Apenas puedo creer que levantaré toda mi corteza y que echaré a andar por caminos que siempre he -literalmente- soñado, visto en pantalla e imaginado. Caminos que podré oler y palpar con toda mi sedentaria naturaleza.
¿Esta soy yo? Me detengo. Entonces cierro los ojos y me siento como en pausa. El mundo a mi alrededor sigue su curso y esta vez detendré mi vida por completo para cambiar un rato de camino, de espacio, de tiempo, de colores.
Tengo ganas de llorar. Trago saliva. Me abandono al llanto que no puedo explicar. Quisiera tener las palabras y me percato de mi pequeñez. Mañana estaré allá arriba durante once horas. Me convierto en mi propia bocanada de aire para no morir. Vuelo dentro de mí misma y no lo puedo explicar.
Por supuesto todo está listo. Milimétricamente listo. Y yo que me quiero ir a enjuagar el síndrome de la simetría.
Escribo. Escribo, escribo, escribo, escribo. Escribo porque no puedo hacer otra cosa. Porque en estos estados de espíritu cimbrado no sé hacer más. Testimonio de ello son todos los diarios que datan de hace más de quince años.
También me siento como llena de cariño. Será porque la gente que me ha dado de abrazos no es poca. También me siento como en un estado radiante de querencia. No está de más decir que agradezco sus minutos de lectura aquí conmigo, aguantándome las preguntas y el llanto.
No está de más decir que los quiero.
Con todo mi apretado corazón:
Lou...

lunes, 27 de junio de 2011

Las distancias pantagruélicas

Había una serie de testimonios que Regina no podía ignorar: fotos, correos, boletos de tren, las etiquetas en las maletas, los souvenirs, los libros que sólo se conseguían allá, los condimentos para recordar los sabores del viejo mundo.
Sí, ahí estaba todo eso, pero le faltaba algo. Revisó todo varias veces: los documentos, las prendas, los enseres de limpieza, el diario. Para colmo traía torcido el sueño y de día era un zombie hambriento de descanso. De noche se convertía en frenética obsesiva de la limpieza de su departamento; celadora de su propia memoria que hacía un recuento detallado de los pocos días que había estado explorando. Pero lo que nunca podía apartar de sí era ese hueco por donde se le filtraba la concentración. La ansiedad creció y se alimentaba de la terrible sensación de nunca haber aterrizado en algún lugar: ni allá ni acá. Eso pensaba la Regina de acá.
La Regina de allá se había perdido en la boca bestial del aeropuerto en París. Demasiada gente, demasiadas puertas, demasiadas flechas, demasiadas voces, demasiadas maletas, demasiadas razas. La Regina de allá, ni siquiera había llegado a Roma. Seguía tratando de encontrar la terminal que decía el boleto.
La Regina de más allá se había quedado prendada del Renacimiento que seguía hirviendo en Florencia. Se habrá quedado bañada en la luz de alguna catedral, en la contemplación infinita e inevitable de algún Botticeli, en la esquina de algún Miguel Ángel, en la desnudez de algún Tiziano, en la virginidad de algún Rafael o en los ojos de un Napolitano sin nombre.
La Regina del principio seguía con unas ganas voraces de conocer el Coliseo hasta la más pequeña de sus grietas.
Regina estaba desperdigada por acá y aculla. Al cuerpo le bastan doce horas para atravesar el mar, pero el espíritu no puede viajar a la velocidad de los 630 kilómetros por hora que alcanza el avión. Necesita detenerse y estar.
Ahora quién sabe cuánto tiempo tenía que esperar Regina a que llegaran sus otras porciones de sí misma. Hasta que eso suceda -tal vez hasta entonces- la belleza y la monumentalidad de las que fue testigo, puedan volver a iluminarle el alma.

miércoles, 22 de junio de 2011

Disertaciones en torno a los personajes que se nos van

En este espacio escribo a título personal. Escribo por urgencia, sin ficciones de por medio. La urgencia de la realidad apremia un paréntesis. Así pues, esto que viene soy yo en mi calidad de escribana y lectora.
Por motivos tan terribles como cotidianos, la oportunidad de escribir y leer se me había mermado porque, como bien me dijeron una vez: "Lo urgente no da tiempo para lo importante". Por demás está hacer una lista de las cosas que me atropellaron: aquellas que me agotaron, que me quitaron el sueño, que me alejaron de la palabra escrita por el mero placer.
Hoy retomé una novela que no había podido leer como suelo y recordé una sensación que hacía meses no vivía: la muerte de un personaje. Uno que viví de a poco en trayectos del metro, en instantes diminutos de espera, en noches en las que el sueño y el cansancio le ganaron el duelo a la lectura. Uno entrañable, conmovedor. Éste era generoso e ingenuo. Hoy, al filo de la página 354, Pedro Torres Hinojosa, anciano quijotesco, falleció en las páginas de La emperatriz de Lavapiés. Jorge F. Hernández me lo develó página a página con un detalle que me sacó varias veces el aliento.
Hoy, recordé que soy un animal solitario y que la ficción hace sabrosa la soledad. Hoy se me murió un personaje al que atendí con demasiadas interrupciones, al que construí atropelladamente. Al que he querido durante más de tres meses sin la constancia que se merecía.
Con su muerte recordé a otros fallecidos, a otros que me obligaron a cerrar el libro y detenerme un instante para entender lo que acababa de leer. Otros que me dejaron abierto el corazón.
La muerte de los personajes de ficción nunca es una pérdida porque volverán a vivir cuantas veces uno los comente, los cite, los recuerde. También volverán a morir inevitablemente, sin embargo, cada uno de ellos se queda detenido y presto para ser releído y eso, tal vez, es lo que hace que la Literatura sea el lugar para estar, porque es ella quien le da a un nombre la inmortalidad.

domingo, 8 de mayo de 2011

Yo, ogro.

Yo como todo: osos, lobos, toros. Lloro. Lloro como tonto; follo como loco... como vos.

Tributo a la letra o, la de boca abiertísima donde casi todo cabe.

Que me enrede...

Que me queme. Que me flete. Que me entregue. Que pelee... ¿Ves? Te crees perenne. Te sé: cedes... Eres endeble.

Tributo a la letra e, que sonríe siempre en todas las tipografías.

martes, 26 de abril de 2011

Disertaciones en torno al pesimismo

El problema del Eros es que incluye al Tánatos y uno ya no sabe a dónde ir ni qué pulsasiones seguir. De ahí la sabiduría de los suicidas: supieron desprenderse de todo institinto de supervivencia. Los mejores, no vivieron para contarlo.
Somos los más quienes nos quedamos para entenderlo todo poco a poco. En el camino se ganan sonrisas y luciérnagas, pero librarse del desasosiego no es de mortales (y la mitología cuenta que tampoco de inmortales). Lo que nos queda es asumir el camino de la incertidumbre y llamarle capacidad de sorpresa. Uno trata entonces de encontrar la belleza en los detalles, pero la monstruosidad es inevitable. Ahí está la trampa de lo torcido: a fuerza de tanta consternación, se empieza a agarrarle gusto a lo terrible; en otros casos sólo se expande el umbral del dolor, pero finalmente uno termina con las corazas impenetrables y las intenciones afiladas. Los más osados recurren a especialistas de la salud mental; los más cansados pierden el apetito de vida, la brújula y la sonrisa. Otros nos ponemos a escribir las cosas que no entendemos sólo para saber que no entendemos nada. Absolutamente nada.

miércoles, 6 de abril de 2011

Urgencias las 24hrs

Se escriben cartas de desamor.

Categorías y estilos: arrebatado, suicida, con mensajes subliminales, pornográfico, exhibicionista, reservado, presuntuoso, con animales fantásticos, con paisajes posibles o imposibles, con colores reales o de ensueño, preciosista, con verdades fulminantes o encantadoras, con lujo de detalles o austeridad entre las líneas.

Escritas a mano aumentan considerablemente su estrella y su precio.
No se aceptan reclamaciones.

lunes, 28 de marzo de 2011

Desmemoriada

Para Alma Delia Murillo, con cariño verdadero


Habrá que saber que me hago pedazos a la menor provocación. Que corro todas las mañanas; no por deporte. Sólo así me puedo quitar de encima la desesperación de tanta vida: sudando. Cada día amanezco un poco más cerca de mi muerte y cada vez tengo más sed. Como si nunca fuera suficiente. Creo que nunca ha sido suficiente. Entre más agua, más desierto. Como si tuviera escarpado el cuerpo y no hubiera nada que pudiera hacer para remediarlo. Consulto todos los días el diccionario porque necesito recordar el significado de las palabras que transito. Y es que todos los días me da miedo perderme. Como si en cada palabra que omito estuviera mi destino. Ese que no encuentro. Ese que no sé dónde está. No sé quién soy porque todos los días que amanezco me pongo un nombre distinto. Entonces me tengo que empezar de nuevo. Me tengo que conocer otra vez. Soy un pulpo de metal asido a la calavera de los cadáveres que no sé dónde meter. Después de unos minutos eso se vuelve insoportable y corro. Corro. Me convierto en caballo y corro. Sólo cuando me canso siento que las cosas cobran sentido. Siento que la sangre me galopa por las venas y que en cualquier momento se me va a salir el corazón. Ojalá algún día suceda. Ojalá un día se me salga para que se lleve con él las ganas de recordar quién soy. Ojalá un día se me salga para que me pueda detener porque estoy cansada de estrellarme todos los días; de estrellarme con las novedades malditas de saber los nombres que me rodean, de conocer los caminos que siempre me resultan un laberinto, de descifrar los instructivos mal escritos de lo que procede. De estrellarme y seguir entera; como si pudiera resistirlo todo. Como si fuera inmortal.

sábado, 26 de marzo de 2011

Pequeños horrores (IX)

-¿Y todo lo que te quería?- Preguntó la princesa; trataba de entender. Entró la vestuarista y le puso la pijama. Supo que era hora de pasar al siguiente cuento cuando se vio vestida de abuelita.

lunes, 28 de febrero de 2011

Pequeños horrores (VIII)

No te lo había dicho, pero en realidad soy una sirena. Es que cuando te miro me bifurco y es entonces que me salen piernas.

sábado, 12 de febrero de 2011

Obituario

Instructivo sin detalles, termómetro de todas las temperaturas, manual de soledad y compañía, mitología a corto plazo, errata constante, brújula equivocada, chocolate, pretexto infalible, implosión, explosión, código de comportamientos animales, principio de lo abominable, bienvenida sin consideraciones.
Lo bueno es que perdió el sentido de tanto repetirlo. Te tuve que separar en sílabas y estudiar las posibilidades; de otra manera, tu nombre sería insoportable.

domingo, 23 de enero de 2011

De minotauros y otros laberintos

Respiro. Tengo que inhalar y exhalar una y otra vez. Me disperso. Tengo que voltear constantemente. Abro los brazos. Cierro los ojos. Me dispongo a entrar porque está más oscuro que nunca y tengo que permanecer a salvo. Supongo que estoy listo porque sonrío. No sé lo que sigue. No metí las certezas en el equipaje porque me pesan. Sólo traigo mi historia. Con eso basta y hasta sobra. Con todo eso vuelvo a entrar. No he olvidado el cordón de salvación por si necesito regresar. Uno nunca sabe.
Me llamo Teseo y voy por mi enemigo; porque donde está mi tesoro, está mi corazón.

jueves, 13 de enero de 2011

Los ojos cerrados del súper héroe

Cuando despertó, seguía lamentando no haber tenido la fuerza suficiente para matarlo. Los puños no le habían alcanzado y la rabia no le bastó a pesar de todos los golpes. Él que se preciaba de tener los nudillos implacables, apenas y lo había tocado. Se prometió que la próxima ocasión le volaría la cabeza o lo tiraría de un precipicio; lo atravesaría con una estaca o le llenaría la cama de serpientes. Pero no, siempre que se lo encontraba en sus sueños su padre seguía tratando de explicarlo todo, y él, invariablemente, volvía a quedarse sordo de tanto rencor.

lunes, 10 de enero de 2011

Enramada

Me está saliendo musgo de tanta humedad y cuando vienes haces de mi cuerpo un bosque. Me crecen coníferas en toda la piel, me salen flores de las manos. Hojas por todos lados. Me creces como enredaderas por todos los brazos y todas las piernas. Me multiplico; abro todos los ojos que tengo y te miro desde todos los lugares posibles. Entre la corteza de mis árboles están escritas todas las palabras que no digo. Y de día vuelvo a ser yo, transitando el mundo de un lado a otro, pero me percato de que se me quedaron nadando unos peces del último río.

jueves, 6 de enero de 2011

De los rincones inhabitables

Este es un jardín. Los arbustos están exquisitamente delineados. Simétrico desde el principio hasta el fin. El verde es uniforme y todas las plagas han sido controladas con las respectivas normas sanitarias. La flora está separada por especies y todas tienen un nombre vulgar y otro científico. La temperatura siempre se mantiene en los límites de lo pertinente...

Cerró el libro y huyó porque entonces no tendría un rincón para esconderse a gusto. Los monstruos mayores también tienen sus miedos y algunos, como este, se podían mudar de historia en caso de verse en riesgo de perder la peligrosidad. En un sitio así nadie lo iba a extrañar, y además, no había lugar para la sangre.

miércoles, 5 de enero de 2011

Pequeños horrores (VII)


Vieras que sí te quiero. De cualquier manera no importa: entre tu ceguera y los muñones de mi cariño, da igual.