jueves, 26 de abril de 2012

Réquiem para un bosque

A veces siento que el mundo me gana. Que la bondad no alcanza. Que mi lugar es diminuto. Que tengo una brújula pero que por momentos no entiendo el código de los puntos cardinales.
Como si la valentía que tengo no me alcanzara para tejer un bosque entero; como si esta espuma de sueños no fuera suficiente para todo el mar.
Entonces me callo para escuchar. También me pasa que me maravillo y que sonrío. Que me despierto afortunada y completa. Que toda yo soy como tierra mojada lista para las semillas.
Es solo que pareciera que siempre habrá incendios y quedo hecha miles de hectáreas quemadas de tristeza. Con la ceniza por todos los rincones y, otra vez, tengo que volver a empezar.

lunes, 23 de abril de 2012

Deshojada

Lo bueno es que los árboles me hablan. Me hablan y me dicen todo lo que no me dijo mi padre. Se mueven con el viento y siempre tienen algo que decir: que hace frío, que abra bien los ojos, que escuche con atención, que sea prudente, que mire a la gente desde donde estoy.
Los árboles me cantan siempre tonadas diferentes que nadie puede tararear. Se deshojan y se llenan de frutos.
Los árboles esperan. A veces a solas; a veces con las ramas en flor.
Lo árboles dan abrazos de padre y uno los debe cuidar como hijos y verlos crecer como quisiera crecer uno mismo.
De repente me doy cuenta de que los árboles son mi padre; que saben su nombre. Entonces no me queda más que el asombro y la bondad. Cierro los ojos y me doy cuenta que tal vez -tal vez- no lo hizo del todo mal.

sábado, 7 de abril de 2012

Como el cielo

A veces me siento como hecha de papel arroz; como escrita en blanco. A veces me pasa que salgo a la calle y camino los pasos estipulados para llegar a mi destino, pero no siempre encuentro lo que se supone que ahí debiese de estar.
A veces respiro sin aire.
A veces me salen raíces y ya no puedo salir corriendo.
Entonces cierro los ojos y me concentro. Pienso que sólo es una de esas veces; que no sucede siempre. Que los derrumbes son necesarios y que la palabra infalible no siempre está en el repertorio de mis trucos más arriesgados.
Y así, como a veces le pasa al cielo, me pongo a llorar.

miércoles, 4 de abril de 2012

La vida

Me detengo. Tengo que salir. El calor aquí me está devorando. Salgo y de a poco me pega la vida en la cara: el aire que me roza, los pasos que camino, un anciano que anda lento al otro lado de la acera, las ramas de los árboles que tienen una conversación secreta con el viento, el pacto ineludible que tiene el olor de las cafeterías con el recuerdo del café italiano.
Así, sin más, la vida me pega a la cara. Me pega con su temperatura que me devuelve las ganas de abrir los ojos, de abrir las palmas, de abrirme toda. Entonces me doy cuenta de súbito que es primavera. Que en medio de las obligaciones que me tienen rehén en el espacio en el que trabajo a ritmo de urgencias galopantes y ajenas, me doy cuenta en un instante de que es primavera... Seguramente por eso me convierto en flor cada que me besan. Seguramente por eso siento que necesito salir del capullo de mi casa y ponerme a revolotear en las calles.
Así, sin más, este único instante que tengo es la vida: las ganas de escribir cuando más falta me hace la poesía; las ganas de dejar aquí, sin estructuras ni lineamientos establecidos, lo que miran mis ojos, lo que prueba mi boca, lo que acarician estas manos, lo que desean estos brazos, lo que aprietan estas piernas, lo que late en este pecho mío y que retumba... que me obliga a detenerme y a salir.
Sigo caminando y me detengo ante un perro viejo que me mira a los ojos. Me dan ganas de llorar. Sigo caminando y escucho las palabras que atraviesan el parque y las palmeras para llegar hasta mí: palabras sueltas libres de significado dichas con entusiasmo, palabras con un dueño que quién sabe dónde está. Palabras que ahora son mías.
Dejo entonces de ser un cadáver andante movido por los hilos de la obligación. Me salen alas. Me salen alas y puedo escribir. Puedo volver a escribir que la vida me pega en la cara. Que eso es lo verdaderamente importante.
Que eso es lo que nunca se me debe olvidar.