viernes, 22 de octubre de 2010

Escritos por desventura

Había escrito una historia buena; buena en verdad. Demasiado larga para estos tiempos en que impera la brevedad, pero intensa como pocas. Ahí estaban delineados los hombres, las explosiones, las mujeres, los éxodos y las profecías. La mentira no ocupaba un solo renglón. Estaban desabrigados todos los secretos. Había una lista con las combinaciones de todas las constelaciones y todos los candados. Estaba acordada la hora precisa de los eventos fundamentales, los ineludibles y los salvables. También estaba citado el verdadero nombre del equilibrio.
Una pena que se hubiera descuidado. Hay personas sin escrúpulos capaces de todo: alguien le robó el papiro y el seudónimo; después el ladrón intentó reacomodar eventos, añadir detalles y dejar testimonio de ello por todas partes. Diseminó el rumor de que los textos eran sagrados, confundió a sus lectores, corrió la sangre y ya nadie sabía por quién estaba peleando, sólo sabían que se trataba de alguien importante. Decían que se llamaba Dios.

sábado, 16 de octubre de 2010

Azul, azul, azul

Las besó a todas y cada una pero ninguna parecía despertar. No mencionaban el sexo. Querían casarse y hablaban de amor. ¿Quién había planeado la dirección del inconsciente colectivo? Entonces lo más básico y elemental lo empezó a conseguir por dinero. Era más fácil entregar billetes que anillos. Los halagos eran baratos pero las promesas generaban deudas alarmantes. Eso lo sabían bien las brujas. Con ellas era fácil entenderse. Lo único malo es que eran rencorosas y casi todo se lo tomaban a mal. El tiempo y los insultos las habían hecho desconfiadas. No había escapatoria. Definitivamente la suya, era la peor parte.

viernes, 15 de octubre de 2010

Levantarse y andar

Se me sale el corazón. Las llaves. Tengo que buscar las llaves otra vez. Ya no intento responder lo imposible: ni lo que pensaba aquella vez que preparé una maleta, ni cuando me vestí por completo, ni por qué apestaba a insecticida la casa cuando desperté ayer, ni todas estas cosas que a veces me hacen desear nunca más cerrar los ojos. Se deben haber equivocado con el clonazepan. Tengo las piernas molidas. 8:17am. Casi diez horas y me siento como atropellada por un tractor. Martes, parece. Arriba. Arriba pequeño correcaminos. Siento que tengo el edificio encima de mí. ¡La mierda! Ahora tendré que dejar todo así porque no tengo tiempo de trapear estos charcos. Ya no sé por quién siento más pena, si por mí que tengo que sobrevivir el día con un retazo de lo que soy y luego ordenar todo este caos, o por ella que parece escabullirse o protegerse o navegar. Agua. Me siento como disecada; como la boca hecha grietas. A este paso me van a tener que amarrar. Todo está empapado y yo con tanta arena en los ojos.

Cuando se vio al espejo entendió todo por la hinchazón de la cara. Esta vez no pudo resistir. Sabía que la parasomnia la estaba rebasando. Entonces se dio por vencida. No era feliz: ni ella ni la otra que sucedía cuando dormía. Se acostó. Esta vez no tomaría precuaciones. La dejaría escapar.

jueves, 7 de octubre de 2010

Supervivencia: n.f. Acción y efecto de sobrevivir

Vengo de escaparme a arañazos de la tristeza más devastadora que haya conocido jamás. Una de las más letales. La desprovista de lágrimas. La que inunda de silencio todo y la que le arranca el sentido a cada minuto del día. Cuando dormir y despertar sólo se convierten en una continuación del mismo día que uno suplica por terminar. Yo que fui medusa, erinia, espuma de mar, tormenta de desierto, sirena de cuento, cascada mortal, colina interminable, mariposa efímera... Nada de repente. Sólo silencio. Sin paisajes ni perspectiva. Sin descanso ni sueño ni sosiego. Metida hasta el fondo en un laberinto sin paredes que nunca inventé.
Inhalo. Exhalo.
Sobreviví. No sé cómo. Vengo sin piel y sin huesos. Lacónica y sin reservas de veneno. Me quedé con lo fundamental y hoy, así como es, está bien.

sábado, 2 de octubre de 2010

El ave de todos los héroes

Escuchó con detenimiento. Puso toda la atención que le fue posible: de toda la que disponía. Algo en algún momento cobraría sentido. Silencio como el que nunca había escuchado jamás. No sabía si se trataba de la muerte, del invierno que enterraba todas las flores, de la noche que callaba a todos los mentirosos del mundo.
Cuando amaneció, todo seguía sin sentido a pesar del ruido. Se ocultó. Así es como se asomaba cada luna y se quedaba en las ramas, esperando. Fue tanta su necedad de encontrar el principio, el fin y el sentido, que los demás le empezaron a agarrar miedo, envidia, mala fe. Le culparon por todas las malas obras, por todas las deformidades de la bondad, por todas las plagas malditas. Con el tiempo le culparon por cada muerte natural, por mirar con una certeza contundente, porque ya sabía en lo que acabaría todo sin haberle dicho nada a nadie. Los ignorantes lo convirtieron en ave de mal agüero y los resignados en ícono de paciencia y sabiduría. Como sea nadie sabe lo que calla. No lo supieron los egipcios, ni los romanos, ni los griegos, ni los del viejo o el nuevo mundo, ni los arcángeles, ni los otros, ni los nuestros.
No dice nada; al resto sólo nos queda esperar.