domingo, 19 de junio de 2016

Boscoso

A mi padre, el brujo
Lo bueno de los árboles es que me hablan.
Me hablan y me dicen lo que no me dijo mi padre.
Se mueven con el viento y siempre tienen algo que decir:
que hace frío,
que abra bien los ojos,
que escuche con atención,
que sea prudente,
que mire a la gente desde donde estoy.
Los árboles me cantan siempre tonadas diferentes que nadie puede tararear.
Se deshojan y se llenan de frutos.
Los árboles esperan.
A veces a solas; a veces con las ramas en flor.
Los árboles dan abrazos de padre
y uno los debe cuidar como los hijos
y verlos crecer como quisiera crecer uno mismo.
De repente me doy cuenta de que los árboles son mi padre;
que saben su nombre.
Entonces no me queda más que el asombro, la bondad y la certeza de que no lo hizo del todo mal.


En Vertedero o la suma de todas las cosas, edit. Literal.

viernes, 22 de abril de 2016

Purple Prince

Para Paulo Riqué

Hace no mucho la muerte de Bowie me estrujó el corazón. Y a quién no. Cuántos no nos quedamos como a la mitad.
Hubo quien tuvo palabras para prodigarle, para agradecerle, para hacerlo presente y combatir de alguna manera la ausencia.
Ayer fue el turno de Prince que desde tiempo atrás se había mantenido más en la distancia. Prince quien no quiso seguir las reglas de las disqueras y, tal vez, las de nadie.
La noticia fue lamentable y obliga a revisar lo que dejó porque es ahora todo lo que nos queda.
He de ser sincera y debo mencionar que el evento no me movió de inmediato; tal vez porque él no estaba tan acomodado en mis días como sí lo estaban Michael Jackson o el duque blanco. Sin embargo, Paulo Riqué (quien sabe mucho más de él que yo y desde siempre lo tuvo entre sus grandes iconos) me dijo algo que da para mucho:

Yo creo que no podía controlar su animal.

Sí... Hay quienes lo controlan y pueden andar con él. Tal vez Prince se encerró con el suyo y se rehusó a ponerle bozal. Y seguramente el animal que traía Prince metido en el pecho y en la entraña era legendario.
Como sea, a nosotros nos toca rendirle tributo como a todos los Prometeos que nos entregan un poco del fuego porque, inevitablemente, su llama nos conecta con su animal y con el nuestro.
Ahora nos toca hacerle eco porque el abanico musical que escuchamos en la actualidad parece tímido y tibio frente a lo que bestias como él lograron.

Con Prince hay que guardar silencio porque debemos ponerle play una y otra vez.




domingo, 10 de abril de 2016

Las fantasías de acá

Me gusta pensar que en algún universo paralelo no soy escritora sino peleadora profesional de kick boxing. Que me gano la vida a puños.
Que vivo para tener el cuerpo listo y curtido.
Que tengo unos guantes negros para entrenar y unos rojos para pelear.
A mí, allá, en ese otro lado, seguramente ya me rompieron la nariz y en más de una ocasión me han hecho sangrar.
Apuesto a que soy más impulsiva que aquí. Ahí duermo a mis horas y descanso como Dios manda para levantarme todos los amaneceres y tener todo el tiempo bien preparada la guardia.
Ahí lloro menos porque la ira me ayuda a soltar los ganchos con la fuerza precisa. Allá no me desbordo en la vida porque en cada contrincante encuentro un espacio para acomodar el miedo y descargar la adrenalina.
Seguro me acaricio constantemente los nudillos y me meto a duchar cada vez que necesito pensar.
Ahí, en mi otra vida, tengo las patadas más veloces y los codos mortíferos.

Un día de estos, no sé cómo, me tengo que mudar para allá.


martes, 5 de abril de 2016

Tú, Huerta de mis ojos.

Tenía poco más de 18 años y me gustaba el teatro.
Me gustaba tanto que no quería hacer nada más. En ese entonces, hasta la escritura se me hizo teatro.
Como era de esperarse en una casa de pequeños comerciantes, nadie me tenía fe cuando decía que quería ser actriz. Como escritora no se sospechaba nada; ni yo misma.
Como cualquiera que gusta de andar entregando la cabeza, la voz y el cuerpo, yo tenía todas las horas de todos los días con ensayos programados, obras por leer y proyectos apuntando a todos los horizontes posibles.
Como a todos los solitarios, me daba por lamentar el camino agreste que nos depara a los que nos toca recorrerlo sin palabras de aliento.
Y como la más pequeña de las hijas, me quejaba porque nadie me tomaba los sueños en serio. Y como todos los que cursábamos la carrera, en el fondo me afligía que el teatro no me fuera a dar una oportunidad.
En  eso estaba cuando apareció mi tío Marcos.
Él vivía en Guadalajara y el destino hizo que el messenger de aquellos tiempos nos pusiera a conversar. Él era pintor. Vivía de su talento y de entre mis otros dos tíos pintores, él era el favorito de mis ojos.
No sé bien cómo empezamos a chatear, pero con él yo podía hablar de aquella obra de teatro que estaba escribiendo. Me leyó con atención, me comentó sobre su personaje favorito, me envió imágenes que podrían darme material para seguir escribiendo...
Nunca nadie en mi familia me había visto así.
Le tuve confianza para decirle sobre las recurrentes amenazas de mi madre con aquello de retirarme el apoyo económico. El asunto me enfurecía y, por supuesto, me angustiaba. Entonces me preguntó sobre la cantidad de dinero que necesitaba mensualmente para estudiar; para continuar.
No exagero si digo que fue el primero que apostó por mí. No fue necesario hacerme ningún depósito porque mi madre jamás cumplió su amenaza, pero gracias a esa propuesta pude continuar con más esperanza.
Antes de fallecer en ese último infarto, pidió que sus cenizas fueran llevadas a Pátzcuaro. De esa manera nos transformó a todos en una caravana de gitanos. Yo pensé que mi tío Marcos ya me había dado todo el apoyo posible y necesario, sin embargo me esperaba uno de los regalos que hasta el día de hoy atesoro como el más preciado.
Mi tía Chela, su viuda, y mi primo Emiliano me dijeron que hablaba mucho de mí. Eso, por supuesto, me emocionó y pregunté qué era lo que decía. Ellos respondieron: "Que eres una gran escritora".
Lo dijo en aquel entonces cuando yo ni siquiera imaginaba que me iba a asir a la palabra; lo repitió en boca de mi tía para que supiera que debía continuar.
Lo dijo sin saber que esas palabras se me quedarían para siempre en la entraña.

Gracias siempre, Huerta.
Feliz cumpleaños.





domingo, 27 de marzo de 2016

Los tuyos

Para Margarita Baez

No sé cuántos seamos.
No sé cuántos te queramos.
No sé cuántos abrazos.
No sé cuántas plegarias.
Seguro no son pocos porque te sabes dar a querer; eres de cariño inmediato.
Lo único de lo que estoy segura es de que yo estoy formada en la fila. De que lo lamentamos.
Los que hemos pasado por pérdidas sabemos que lo que sigue es una tempestad. Que las preguntas sin respuesta exacta nos cercan, que las culpas se convierten en reproches, que se traslapan los nombres de las emociones, que hay días que parecen pantanos, que por momentos pareciera inconcebible tanto. Que uno no está hecho para afrontar las fauces del dolor con esta pequeñez. Que todo cambia de lugar.
Supongo  que lo mejor es dejar que suceda y no resistirse porque la corriente tiene todo a su favor y uno está en medio sin saber a qué asirse.
Aquí estamos con la flama de nuestros cariños para iluminar un poco en medio de tu noche.
Para que te sujetes.
Para leerte un cuento.
Para llevarte al cine.
Para guardar silencio junto contigo.
Para preparate una sopa.
Para darte un libro para iluminar.
Para aprender juntos a hacer caligrafía.
Para que contemplemos el sueño de los gatos.
Para escuchar.
Todo contigo.
Todo para ti.
Tú sólo di un nombre de los que estamos formados en la fila.
Verás que estamos bien entrenados para acompañarte con toda nuestra luz. Y si resulta que no somos los más diestros, seguro nuestro querer abrigarte nos hará mejores en el arte de hacerte sonreír.

Aquí estamos. Listos para reaccionar al silbatazo.
Entre mi recursos tengo también el cariño de dos gatos que sabrán echarse en tus piernas y ronronearte la belleza.

Aquí estamos.
Todos y cada uno.
Sí: todos para ti.



viernes, 1 de enero de 2016

Una noche llamada Mila

Después de cuidar de un dinosaurio por cinco años, el vacío que me quedaba era sordo. Doloroso. Una vez que tuve la dicha de tener un pequeño maestro en casa, ya no podía estar sin ello, así que me di a la búsqueda del siguiente.
Podrá parecer absurdo que esos días me esforcé en encontrar un gato pequeño, pero en verdad escasearon en ese tiempo.
Entonces, cuando estuve lista, Mila llegó. Supongo que le dejó el trabajo a la casualidad porque la encontré el día que dejé de buscarla. 
Toda ella es de un negro azabache y con una pequeña estrella blanca en el pecho. Llegó como todos los desamparados: con hambre, con miedo, con desconcierto. También con un olor espantoso que tardamos más de una semana en mitigar. 
Cuando entramos a la casa por primera vez, después de defecar sobre mi hombro, se escondió. Yo le hablaba para darle confianza; ella me miraba desde el piso arrinconada entre las patas de las sillas. Cuando me agaché para cargarla me di cuenta de que me sentía insegura sin los guantes de carnaza, de que le miraba con atención la cabeza esperando el instante en que me soltara la mordida, de que me cuidaba de los latigazos de su pequeña cola... Y no. Reparé en que los gatos, a diferencia de las iguanas, no muerden. Eso es obvio, pero me percaté entonces de que su cola en ningún momento me iba a castigar.
Además, maullaba mucho. Yo ya me había acostumbrado al silencio sagrado de aquel dinosaurio, a la mirada distante, a la sangre fría, al verde majestuoso.
Ahora tenía frente a mí a una panterita que trataba de decirme mil y un cosas con los ojos y los maullidos. Entonces me senté a llorar porque me di cuenta de que Camilo permanecía en mi manera de acercarme a los animales, en mis hábitos, en mi asombro.
Esta vez no tenía que cuidarme de los garfios que tenía por garras ni de los impulsos instintivos que aprendí a detectar y a envidiar.
Esta vez las caricias eran fáciles de prodigar.
Tardé un tiempo en asimilar la diferencia, pero Mila agarró confianza muy rápido y era cariñosa por encima de todas las cosas. Tanto así que la nombramos "La terminator del amor".
Ella es una hembra misteriosa que ahora maúlla sólo para lo fundamental. El negro que le fue concedido por momentos la hace difícil de ver, pero le da un aspecto elegantísimo.
Mila me enseñó que los gatos lo miran todo tratando de calcular. No se bien qué, pero lo cierto es que tienen una mirada científica y estudian los movimientos, los sonidos, los espacios, las miradas... 
Ella fue la primera máquina de cariño que me empezó a ronronear para hacerme saber que estamos en paz.
También con el ejemplo me enseña que el sueño es tan prioritario como jugar.
Menuda falta me hacía esta pequeña noche que me vino a adoptar.