lunes, 24 de mayo de 2010

La vida secreta de mi iguana

Sólo le comparten su secreto a los que entendemos su escamosa belleza. Tienen tantas historias implícitas que, de todas, sólo me fue posible descubrir una. Tal vez la más importante; seguro la más reciente. De entre todas las vidas que les ha tocado recorrer, la anterior a esta es de una naturaleza trepidante.
La manera de cerrar sus ojitos con tanta apacibilidad, la quietud de su estar, el silencio permanente que calla toda su sabiduría; su sueño imperturbable y su discreta sonrisa ocultan la historia de un guerrero. Uno que en la vida anterior tuvo que conquistar tierras muy lejanas. Uno que tuvo que cruzar todos los mares y luchar cuerpo a cuerpo con pulpos gigantes. De esos que levantaban la bandera para anunciar el ataque; de los que estaban al frente desafiando al peligro con el pecho desnudo. De los osados; de los que tienen una estatua; de los que renunciaron a la tranquilidad de un solo lugar; de los que detestan las treguas. Seguro que también conoce todos los desiertos posibles y que tuvo que estar perdido cuarenta días. Seguro que también conversó de frente con el diablo. Después regresó con el aura iluminada, con la mirada impenetrable; listo para seguir venciendo a los impertinentes. Fue uno de esos que vivieron una cantidad sorprendente de años y de los que murieron en el campo de batalla. De los que tuvieron poco tiempo para regenerar las heridas. De los que quedaron por siempre en la tradición oral de un pueblo que nadie conoce. Uno de los que se tienen que convertir en leyenda a fuerza de tanta reyerta. Amante de la discordia; impulsivo de todos los días de todos los años.
Es por eso que los dioses le han dado la venia de descansar. De ahí la calma de su andar y el sosiego de su carácter. Lo único que le queda de su pasado son las ganas de escalar todo lo que le sea posible; un placer que conserva intacto. También la sangre fría, por supuesto.
Ya no es necesario levantar las lanzas ni conquistar el mundo entero. Ya lo conoce por completo.
Es por eso que cuando uno descubre su increíble historia, inevitablemente es invadido por unas indescriptibles ganas de llorar.

jueves, 20 de mayo de 2010

Diablita submarina

Corrí. Corrí lo más fuerte que pude. Como no fue suficiente, me puse a gritar. Siempre hasta el último aliento. Todos los días. Como eso no fue suficiente, me puse a dar vueltas de carro. Levanté montañas, cociné galletas de chocolate, mordí las nubes, me comí la luna. Nada. Entonces me metí al agua y me convertí en arañita de agua dulce. Nadar es como volar en un luminoso cuadro de Dalí. Uno sale escurriendo felicidad. La sonrisa se adhiere al rostro (ahora entiendo qué es eso de la ósmosis).
Nadé. Nadé lo más fuerte que pude. Como no fue suficiente, me puse a bailar. Siempre hasta el último aliento...

domingo, 16 de mayo de 2010

La chica venusina

Soñé que te quería. Que no decía nada. Soñé que llegaba en una nave espacial y que descendía de ella llena de luces de bengala. Que te acercabas y que mirabas las chispas que salían de mí. Que me hablabas en latín y que yo no entendía nada. Que yo venía de otra galaxia y que me tenía que regresar. Que te sonreía a manera de respuesta. Que llevabas algunos años luz esperándome. Y que yo, como siempre, tenía prisa por cambiar de planeta. Que te regalaba un globo. Que me regabalabas un chocolate. Que me subía a la nave. Que tardaría en volver. Que tenías unos ojos enormes. Que el cielo era rojo. Que una y otra vez, buscaba mi lugar.

jueves, 13 de mayo de 2010

En casa

Aquí te espero vestida de acentos; despeinada de tantas vocales, invadida de palabras graves y cubierta de adjetivos nuevos. Decorada con todas estas letras que se me desgranan; acostada en línea recta y siempre de manera horizontal. Con los diptongos bien puestos; con las comas necesarias... con los puntos en suspenso.
Aquí, donde la lengua ocupa el lugar por completo.
Aquí, en el lugar perfecto.

sábado, 8 de mayo de 2010

Romina y las malas compañías

Romina despertó enferma. Al menos así se sentía. No acertaba a pensar. Tenía las mandíbulas apretadas. Si fuera fiebre estaría sudando. Pero no; estaba seca por completo y aunque no había sal en su piel, podía sentir que se fundía en las sábanas. Se sentía como en medio de mil cuchillos. Esto es lo malo de no enfermarse tan seguido. Fahra... Ella es veterinaria, seguro que sabe lo que me pasa. La cantidad de sistemas óseos que deben memorizar los veterinarios... nadie les reconoce el mérito.
Deliraba ya. Sus pensamientos rebotaban en las paredes. Se levantó como pudo y tomó agua mineral. Apenas bebió el primer trago, sentía que el gas provocaba un deslave en su garganta. El agua simple no le quitaba la sed. Regresó a la cama. Su piel estaba tan sensible. Seguro que así es la bienvenida en el infierno... en lo que las almas en pena se aclimatan deben sentir quemaduras de segundo grado por todo el cuerpo. ¿Cuál es el número de Fahra? Tengo que sudar si no voy a implosionar.
El aire que entraba por sus fosas nasales era como de plomo. Ella toda era un remolino que no se dejaba de mover sobre el futón. Su mano cayó casi hasta tocar el suelo. Ahí está... ¡Ese cabrón ahí está! Esta vez se movió muy lento. Reptaba para asomarse discretamente debajo de la cama. En efecto, ahí estaba: tenía el cuerpo húmedo y adherido. Bufaba, cada vez con más fuerza. La miró como rogándole. Estaba tan embebido que no hizo nada para alejarla. ¿Por qué ahí? ¿Por qué así? Me vas a matar. Ella sabía que exageraba; nunca la mataría. Él nunca respondía. Los íncubos tienen la maña de hacerlo siempre todo y nunca decir nada; pero esta vez la sorprendió de verdad: siempre que llegaba la montaba, pero ésta era la primera vez que la chupaba por debajo de la cama. Rómina regresó a su lugar. Respiró profundamente. Sabía que sería una noche muy larga; que su caprichoso demonio no la dejaría en paz hasta hacerle hervir la sangre, sólo que esta vez le había dado por probar otros métodos. Sabía que no se podía enojar con él. Llevaban juntos toda una vida y ni siquiera sabía cómo se llamaba.
Mira... haz lo que quieras, sólo por favor detente antes de que sientas que la temperatura me va a coagular. Entonces cerró los ojos y se dejó tomar.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Breves imprudencias

El idiota se echó a llorar. Que ya nada le sorprendía. Pendejo. La punta de un cañón siempre sorprende. Que te mastique los huevos. A ver si eso no te sorprende.

Pequeña Caperuza

Entonces yo le dije: "Oye, y ¿por qué tienes esos ojos tan grandes?" Y me respondió: "Para verte mejor". Solté la canasta y pregunte: "¿Y siempre eres tan predecible?". Ante el silencio me puse la caperuza y salí al bosque sin ser devorada.

lunes, 3 de mayo de 2010

Chacalofilia

Lo que más le gustaba de él era que tenía implícito el peligro; que sería capaz de hacer hasta lo imposible en el sentido literal de la palabra. Lo que le gustaba era que no entraba en la categoría del sentido figurado. Uno de esos que se han jugado la vida al tener una pistola en la cabeza; de esos capaces de jalar el gatillo. De esos que parecían salidos de quién sabe dónde. Chacalito de piel morena desprovisto de amabilidad y cortesía; de un caló sorprendente para ella que sabía hablar con tan buenas maneras. Un macho cabrío de baja estatura que se abrió camino a fuerza de "cantarse tiros" (enfrentarse a puño limpio), de llevar la adrenalina a tope en el velocímetro del coche. De esos que no pedían perdón ni permiso; de esos que sólo entran en la vida sin esperar nada y dispuestos a llevárselo todo. Todo.
Entonces lo supo, o al menos, pensó que lo sabía. Ella que se preciaba de ser un animal solitario que devora y abandona, esta vez fue asaltada por la curiosidad. Verdadera y auténtica curiosidad. Sabía que estaría más tiempo del esperado; que esta vez, valdría la pena quedarse... o quemarse o arriesgarse o perderse o morirse o esperar (que para ella era casi lo mismo que morir).

domingo, 2 de mayo de 2010

Sorprerruptir:


Acción de interrumpir a alguien sin la intención de hacerlo, pero con la absoluta conciencia de que, en efecto, se está interrumpiendo al individuo en cuestión; ya sea por razones fisiológicas, psicológicas, económicas, maléficas, anatómicas… En otras palabras, molestar por un buen motivo.