viernes, 22 de abril de 2016

Purple Prince

Para Paulo Riqué

Hace no mucho la muerte de Bowie me estrujó el corazón. Y a quién no. Cuántos no nos quedamos como a la mitad.
Hubo quien tuvo palabras para prodigarle, para agradecerle, para hacerlo presente y combatir de alguna manera la ausencia.
Ayer fue el turno de Prince que desde tiempo atrás se había mantenido más en la distancia. Prince quien no quiso seguir las reglas de las disqueras y, tal vez, las de nadie.
La noticia fue lamentable y obliga a revisar lo que dejó porque es ahora todo lo que nos queda.
He de ser sincera y debo mencionar que el evento no me movió de inmediato; tal vez porque él no estaba tan acomodado en mis días como sí lo estaban Michael Jackson o el duque blanco. Sin embargo, Paulo Riqué (quien sabe mucho más de él que yo y desde siempre lo tuvo entre sus grandes iconos) me dijo algo que da para mucho:

Yo creo que no podía controlar su animal.

Sí... Hay quienes lo controlan y pueden andar con él. Tal vez Prince se encerró con el suyo y se rehusó a ponerle bozal. Y seguramente el animal que traía Prince metido en el pecho y en la entraña era legendario.
Como sea, a nosotros nos toca rendirle tributo como a todos los Prometeos que nos entregan un poco del fuego porque, inevitablemente, su llama nos conecta con su animal y con el nuestro.
Ahora nos toca hacerle eco porque el abanico musical que escuchamos en la actualidad parece tímido y tibio frente a lo que bestias como él lograron.

Con Prince hay que guardar silencio porque debemos ponerle play una y otra vez.




domingo, 10 de abril de 2016

Las fantasías de acá

Me gusta pensar que en algún universo paralelo no soy escritora sino peleadora profesional de kick boxing. Que me gano la vida a puños.
Que vivo para tener el cuerpo listo y curtido.
Que tengo unos guantes negros para entrenar y unos rojos para pelear.
A mí, allá, en ese otro lado, seguramente ya me rompieron la nariz y en más de una ocasión me han hecho sangrar.
Apuesto a que soy más impulsiva que aquí. Ahí duermo a mis horas y descanso como Dios manda para levantarme todos los amaneceres y tener todo el tiempo bien preparada la guardia.
Ahí lloro menos porque la ira me ayuda a soltar los ganchos con la fuerza precisa. Allá no me desbordo en la vida porque en cada contrincante encuentro un espacio para acomodar el miedo y descargar la adrenalina.
Seguro me acaricio constantemente los nudillos y me meto a duchar cada vez que necesito pensar.
Ahí, en mi otra vida, tengo las patadas más veloces y los codos mortíferos.

Un día de estos, no sé cómo, me tengo que mudar para allá.


martes, 5 de abril de 2016

Tú, Huerta de mis ojos.

Tenía poco más de 18 años y me gustaba el teatro.
Me gustaba tanto que no quería hacer nada más. En ese entonces, hasta la escritura se me hizo teatro.
Como era de esperarse en una casa de pequeños comerciantes, nadie me tenía fe cuando decía que quería ser actriz. Como escritora no se sospechaba nada; ni yo misma.
Como cualquiera que gusta de andar entregando la cabeza, la voz y el cuerpo, yo tenía todas las horas de todos los días con ensayos programados, obras por leer y proyectos apuntando a todos los horizontes posibles.
Como a todos los solitarios, me daba por lamentar el camino agreste que nos depara a los que nos toca recorrerlo sin palabras de aliento.
Y como la más pequeña de las hijas, me quejaba porque nadie me tomaba los sueños en serio. Y como todos los que cursábamos la carrera, en el fondo me afligía que el teatro no me fuera a dar una oportunidad.
En  eso estaba cuando apareció mi tío Marcos.
Él vivía en Guadalajara y el destino hizo que el messenger de aquellos tiempos nos pusiera a conversar. Él era pintor. Vivía de su talento y de entre mis otros dos tíos pintores, él era el favorito de mis ojos.
No sé bien cómo empezamos a chatear, pero con él yo podía hablar de aquella obra de teatro que estaba escribiendo. Me leyó con atención, me comentó sobre su personaje favorito, me envió imágenes que podrían darme material para seguir escribiendo...
Nunca nadie en mi familia me había visto así.
Le tuve confianza para decirle sobre las recurrentes amenazas de mi madre con aquello de retirarme el apoyo económico. El asunto me enfurecía y, por supuesto, me angustiaba. Entonces me preguntó sobre la cantidad de dinero que necesitaba mensualmente para estudiar; para continuar.
No exagero si digo que fue el primero que apostó por mí. No fue necesario hacerme ningún depósito porque mi madre jamás cumplió su amenaza, pero gracias a esa propuesta pude continuar con más esperanza.
Antes de fallecer en ese último infarto, pidió que sus cenizas fueran llevadas a Pátzcuaro. De esa manera nos transformó a todos en una caravana de gitanos. Yo pensé que mi tío Marcos ya me había dado todo el apoyo posible y necesario, sin embargo me esperaba uno de los regalos que hasta el día de hoy atesoro como el más preciado.
Mi tía Chela, su viuda, y mi primo Emiliano me dijeron que hablaba mucho de mí. Eso, por supuesto, me emocionó y pregunté qué era lo que decía. Ellos respondieron: "Que eres una gran escritora".
Lo dijo en aquel entonces cuando yo ni siquiera imaginaba que me iba a asir a la palabra; lo repitió en boca de mi tía para que supiera que debía continuar.
Lo dijo sin saber que esas palabras se me quedarían para siempre en la entraña.

Gracias siempre, Huerta.
Feliz cumpleaños.