jueves, 22 de marzo de 2012

Amanecer

Conozco la tempestad. La conozco porque he terminado empapada y hecha pedazos en la mitad de la nada. Sé que ante ella lo único que le queda a uno es sobrevivir. Así abro los ojos en la madrugada y empiezo la jornada con la vida encima.
Un café. Dos cafés. Inhalar.
Me tallo los ojos para sacudir la arena que se me quedó en la última tormenta en la que luché cuerpo a cuerpo con las monstruosas obligaciones de mil cabezas.
Entonces, sucede: llegas y llenas mi cama con los cascabeles de tu sonrisa. Toda yo me convierto en un rincón: en el tuyo. Me doy cuenta de que ese es el momento en que verdaderamente ha acabado la noche y sucede el día, de que no se me han acabado las fuerzas, de que vale la pena volver a empezar.