lunes, 28 de marzo de 2011

Desmemoriada

Para Alma Delia Murillo, con cariño verdadero


Habrá que saber que me hago pedazos a la menor provocación. Que corro todas las mañanas; no por deporte. Sólo así me puedo quitar de encima la desesperación de tanta vida: sudando. Cada día amanezco un poco más cerca de mi muerte y cada vez tengo más sed. Como si nunca fuera suficiente. Creo que nunca ha sido suficiente. Entre más agua, más desierto. Como si tuviera escarpado el cuerpo y no hubiera nada que pudiera hacer para remediarlo. Consulto todos los días el diccionario porque necesito recordar el significado de las palabras que transito. Y es que todos los días me da miedo perderme. Como si en cada palabra que omito estuviera mi destino. Ese que no encuentro. Ese que no sé dónde está. No sé quién soy porque todos los días que amanezco me pongo un nombre distinto. Entonces me tengo que empezar de nuevo. Me tengo que conocer otra vez. Soy un pulpo de metal asido a la calavera de los cadáveres que no sé dónde meter. Después de unos minutos eso se vuelve insoportable y corro. Corro. Me convierto en caballo y corro. Sólo cuando me canso siento que las cosas cobran sentido. Siento que la sangre me galopa por las venas y que en cualquier momento se me va a salir el corazón. Ojalá algún día suceda. Ojalá un día se me salga para que se lleve con él las ganas de recordar quién soy. Ojalá un día se me salga para que me pueda detener porque estoy cansada de estrellarme todos los días; de estrellarme con las novedades malditas de saber los nombres que me rodean, de conocer los caminos que siempre me resultan un laberinto, de descifrar los instructivos mal escritos de lo que procede. De estrellarme y seguir entera; como si pudiera resistirlo todo. Como si fuera inmortal.

sábado, 26 de marzo de 2011

Pequeños horrores (IX)

-¿Y todo lo que te quería?- Preguntó la princesa; trataba de entender. Entró la vestuarista y le puso la pijama. Supo que era hora de pasar al siguiente cuento cuando se vio vestida de abuelita.