sábado, 14 de julio de 2012

Retirada

Ahí estuve, haciendo lo que pude; evitando las tristezas ajenas, prohibiéndome leer desconsuelos, repitiéndome una y otra vez que ahora todo es distinto: el momento, las circunstancias, la disposición, el ánimo, la sed, las redes sociales. Lo cierto es que hice todo porque tenía miedo de que la duda se me convirtiera en certeza. Finalmente ese momento ha llegado. Es como el kick boxing. Cuando uno está frente al otro con los guantes puestos y la adrenalina palpitando por todo el cuerpo, los golpes se perciben pero no se sienten en su justa dimensión. Mientras nos movamos, mientras fintemos, mientras tengamos fuerzas y velocidad para lograr un buen gancho, la pelea se sostiene. Lo peor viene después. Cuando todo se ha acabado los golpes ganan terreno, el ácido láctico se expande por los músculos y los vasos sanguíneos que se rompieron se asoman sin miramientos. El día siguiente a la golpiza es simplemente insoportable. Por eso seguí gritando y marchando y yendo y viniendo.
Pero me cansé. Hoy me cansé.
Me cansé de gritar. De negarme la tristeza. Sucedió lo inevitable: perdí. Ha llegado el momento de saberlo. Me doy una pausa para volver a encontrar mi lugar porque entre la lucha cuerpo a cuerpo con la alevosía perdí la sonrisa, las dimensiones, los horizontes, las palabras. Mis palabras.
Ya no tengo la adrenalina de mi lado. Ya no tengo los guantes puestos. Ha llegado la tenebrosa calma que tanto temí. Este es el día después del enfrentamiento en el que me vencieron: el insoportable.
Me iré a buscar en las páginas de mis diarios, de mis autores favoritos, en los abrazos de mis amigos, en los ojos de mi iguana (siempre tan preciosa y tan sabia).
Me voy a buscar porque no sé donde quedé.
Cuando haya cicatrizado, cuando esté restaurada, cuando me encuentre completa, regreso.


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