sábado, 7 de agosto de 2010

Disertaciones en torno a los venenos

Mi señor, cuidado con los celos.
Es el monstruo de ojos verdes que se
divierte con la vianda que le nutre.
Yago (en el precioso tercer acto de Otelo)

Las explicaciones para ello sobran. No hay quien pueda hacer entrar en razón a un celoso. Para serlo no se necesitan motivos, sólo el ímpetu y el deseo de la posesión absoluta: sin intermediarios ni términos medios. Todo (absolutamente todo), sin lugar a la negociación. Lo que detona la celotipia es lo de menos; la verdadera importancia radica en la furia que se desata a la menor provocación. La inocencia o culpabilidad del otro de nada sirven cuando los demonios sacuden la tranquilidad, muerden la confianza y siembran sospechas. Cuando eso sucede, no hay vuelta atrás. Es entonces que se conoce el infierno en su más vulgar presentación. Las certezas parecen inalcanzables, el insomnio desgasta los ánimos y la sensación de pérdida envenena el espíritu. El ser humano más sensato se convierte en un perro abatido que busca con rabia olores ajenos, sonrisas de muerte, júbilos extraños, roces distintos, escondites amueblados, preferencias fuera de lugar, errores pequeñísimos. Los celos nos regresan a la fiera que nuestro grado evolutivo nos prohibe. Perdemos el carísimo control de nosostros mismos. Con ello se nos va el sosiego, la paz, el decoro, la convicción, el sueño, la miel, la belleza y la vida. También la vida. Imposible soltarse de la cólera y de la impotencia. La duda parece estar en cada esquina: afuera, percudiendo los paisajes, opacando los colores, ensuciando los recuerdos. Sin embargo su verdadero lugar está dentro: en las venas, en la médula, en los nervios, en los ojos, en el vientre, en el sexo, en la garganta... en el núcleo de cada maldita célula, y ahí, es casi imposible de sacar.

1 comentario:

  1. Tienes toda la razón: sentir celos es "conocer el infierno en su más vulgar presentación". Maldito sentimiento de pRopiedad... ¡poR piedad!

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