viernes, 4 de enero de 2013

6 de enero

Ahora que salgo a la ciudad, me percato de algo que no había notado en otros años: por todas partes están vendiendo sobres/cartas dirigidas a los reyes magos. Las impresiones son de una calidad espantosa y entre las líneas tienen oscurísimas siluetas de los tres personajes en cuestión.
Por fuera tienen imágenes de películas para niños y por dentro ya tienen impresa en cursivas la leyenda de Queridos reyes magos.
No sé hace cuántos años esto viene sucediendo; la tragedia a mí me tomó por sorpresa porque las posibilidades de espacio son mínimas y en esas hojas no se puede dibujar. Me pregunto en qué medida el ritual ha cambiado... o tal vez es que siempre he sido dada a mirar el detrimento en todas partes, pero es que hace más de dos décadas yo me tardaba casi tres días en escribir esas cartas. No se trataba sólo de pedir, sino también de convencer; entonces me dibujaba a mí con la bicicleta esperada o trataba de retratar los detalles de mis peticiones. También dibujaba a los reyes para que vieran que ninguno era mi favorito. Antes, la carta era todo un ritual de cuyo resultado pedía opinión. La doblaba con cuidado para que la hoja conservara su simetría al abrirse o al cerrarse. La acomodaba como si fuera muy frágil; nunca he hecho peticiones a la ligera.
Es una pena: seguramente esas son las únicas cartas de papel que los niños van a escribir con su puño y letra; me temo que el ritual se ha decolorado. Lo que sigue serán las teclas y los destinatarios serán todos personajes terrenales o virtuales; nunca más tendrán la oportunidad de escribirle a un rey.

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