martes, 2 de noviembre de 2010

Señor Garduño

Cuando caminó sobre la arena y se tropezó con tanta irregularidad supo que tenía que dejar de tomarse las cosas tan en serio. Levantó la mirada y ahí le esperaba el monstruo más grande que había tenido de frente: el mar. Respiró y su espíritu citadino se vino abajo con la humedad de la brisa. El señor Garduño, hombre invisible que pasaba de oficina en oficina llevando paquetes, se dio cuenta de que la vida y la muerte estaban en otro lugar.
Ese momento le había costado los ahorros de año y medio para irse a la playa sin la esposa que no tenía ni la madre enferma que le llamaba siempre a la hora de la comida. Caminó por la playa nudista con su redonda panza y sus pelos por todos lados. Cuando menos se lo esperó ya estaba sonriendo. Se dio cuenta de que alguien lo había planeado todo: que en realidad él era un dios y que le habían dicho una mentira para que no se diera cuenta de su preciosidad. Ya no se avergonzaba de sí mismo. Vio sus manos regordetas, se le cayeron las lágrimas.
Por fin, había llegado el día. El señor Garduño era feliz. Verdaderamente feliz sin ayuda de nadie y sin haber tramitado nada en ninguna ventanilla. Nunca olvidaría el día que el mar le había enjuagado de las raíces y la piel el síndrome de la simetría.
Ahora lo sabía y nadie lo podría detener.

2 comentarios:

  1. Quien fuera el señor Garduño! Que envidia.

    CCV*

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  2. Cuando lo vi escrito a mí también me dio envidia, señorita CCV*. Entonces, ese día decidí que no sé cómo ni cuándo, pero que tenía que ir al mar.
    Un abrazo.
    Lou...

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