sábado, 8 de mayo de 2010

Romina y las malas compañías

Romina despertó enferma. Al menos así se sentía. No acertaba a pensar. Tenía las mandíbulas apretadas. Si fuera fiebre estaría sudando. Pero no; estaba seca por completo y aunque no había sal en su piel, podía sentir que se fundía en las sábanas. Se sentía como en medio de mil cuchillos. Esto es lo malo de no enfermarse tan seguido. Fahra... Ella es veterinaria, seguro que sabe lo que me pasa. La cantidad de sistemas óseos que deben memorizar los veterinarios... nadie les reconoce el mérito.
Deliraba ya. Sus pensamientos rebotaban en las paredes. Se levantó como pudo y tomó agua mineral. Apenas bebió el primer trago, sentía que el gas provocaba un deslave en su garganta. El agua simple no le quitaba la sed. Regresó a la cama. Su piel estaba tan sensible. Seguro que así es la bienvenida en el infierno... en lo que las almas en pena se aclimatan deben sentir quemaduras de segundo grado por todo el cuerpo. ¿Cuál es el número de Fahra? Tengo que sudar si no voy a implosionar.
El aire que entraba por sus fosas nasales era como de plomo. Ella toda era un remolino que no se dejaba de mover sobre el futón. Su mano cayó casi hasta tocar el suelo. Ahí está... ¡Ese cabrón ahí está! Esta vez se movió muy lento. Reptaba para asomarse discretamente debajo de la cama. En efecto, ahí estaba: tenía el cuerpo húmedo y adherido. Bufaba, cada vez con más fuerza. La miró como rogándole. Estaba tan embebido que no hizo nada para alejarla. ¿Por qué ahí? ¿Por qué así? Me vas a matar. Ella sabía que exageraba; nunca la mataría. Él nunca respondía. Los íncubos tienen la maña de hacerlo siempre todo y nunca decir nada; pero esta vez la sorprendió de verdad: siempre que llegaba la montaba, pero ésta era la primera vez que la chupaba por debajo de la cama. Rómina regresó a su lugar. Respiró profundamente. Sabía que sería una noche muy larga; que su caprichoso demonio no la dejaría en paz hasta hacerle hervir la sangre, sólo que esta vez le había dado por probar otros métodos. Sabía que no se podía enojar con él. Llevaban juntos toda una vida y ni siquiera sabía cómo se llamaba.
Mira... haz lo que quieras, sólo por favor detente antes de que sientas que la temperatura me va a coagular. Entonces cerró los ojos y se dejó tomar.

2 comentarios:

  1. Que buen reconocimiento! y como siempre me quedé pensando tooooda la tarde.... buenisimo! =)
    Farah.

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  2. Ahora también leí éste y también me impresionó. Con otros ojos y otro corazón. Besos!

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