Siempre me dio por buscar el mar en medio del desierto. Por amar con la fuerza de los golpes. Por aferrar los dientes para dejar las marcas lo suficientemente profundas como para no perder el camino de regreso. Siempre me aventé al vacío con la fe de un pájaro. Desmembré los cuerpos con metodología rigurosa. Exploré tierras prohibidas con la convicción del conquistador que lleva la verdad absoluta. Escarbé túneles infinitos para escapar en el momento preciso. Maté al que se me pusiera enfrente con el puño en alto.
Siempre. Sin excepción. La perfección es una cosa de todos los días. Sin opción. Sin perdón. Sin consideración. Sin descanso.
El único problema es que a donde quiera que voy huele a tristeza y a veces siento que la furia ya no me alcanza. Entonces vuelvo a abrir el código y me lo repito gritando y con sangre: Siempre. Sin excepción. La perfección es una cosa de todos los días. Sin opción. Sin perdón. Sin consideración. Sin descanso.
Las fracturas no importan. Al fin y al cabo nací desnuda, estoica e inmortal.
Estas palabras al aire parece el pesado inventario de una vida.
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