viernes, 27 de agosto de 2010

De las primeras señales

Para leer esto, primero habrá que estar dispuesto a creerlo todo. A no escandalizarse por la belleza de lo terrible; por el imán de la fatalidad.

Tenía entre tres y cuatro años. Lo recuerdo porque iba en el kínder y estaba aprendiendo a escribir. La fecha era cercana al día de muertos y en un tianguis yo quería que me compraran una calabaza para pedir calaverita. Era la primera vez que lo haría, así que el asunto de la calabaza cobraba una importancia que nadie entendía. Mis padres se negaron rotundamente y de nada me sirvieron todos los berrinches... y eso que yo era una especialista. El que mejor me salía era el del grito ahogado: gritaba con todas mis fuerzas mientras tenía el puño metido en la boca. No sé por qué, pero perturbaba mucho y yo lo hacía con verdadero entusiasmo. La indiferencia de mis padres me puso furiosa y después de pedir hasta el cansancio y de todas las maneras posibles, me dejé arrastrar por la prisa de mi madre que me jaloneaba el brazo mientras caminaba a una velocidad difícil de igualar. Así pues, llegado el momento de partir, subimos a la pick up. Yo iba sobre las piernas de ella junto a la puerta. Ni siquiera lo pensé: mi objetivo era muy claro. Nos acomodamos. Mi madré jaló la puerta para cerrar. Yo metí la mano. Por supuesto grité... se me acababa de fracturar un dedo de la mano derecha: el de enmedio. Después del llanto vigoroso y renovado volví a pedir la calabaza. Esta vez, nadie se negó: camino de regreso tenía la que desde un principio ya había elegido.
Recuerdo que también aprendí a escribir con la mano izquierda.

5 comentarios:

  1. EXCELENTE! lo tomaré en cuenta! aunque ya estoy algo crecidita!

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  2. ¡No maaaa! ¡Qué dolooor! Y por una trintina calabaza... En fin, el texto me encantó, como se ha hecho costumbre.

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  3. jhjahjahjahjajha!! xD y luego escribes de chamacos cabrones!!

    CCV

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  4. Me estremecí. No es falso halago: es de lo más fuerte que he sentido al leer.

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