viernes, 20 de enero de 2012
Cariño a quien cariño merece
Miguel siempre fue gordo. Muy gordo. A mí me gustaba que fuera gordo porque así me podía acostar sobre su enorme panza y abrazarla. Miguel era inabarcable. Cuando jugábamos a las escondidas él asumía que lo encontraría muy rápido porque le asomaba su maravillosa panza entre las cortinas; sin embargo, por más que buscaba sentía que él hacía magia porque yo no lo podía encontrar. Entonces se me llenaban los ojos de agua porque tenía miedo de que hubiera desaparecido y no sabría la manera hacerlo regresar. Cuando estaba a punto de llorar, él me decía: “Ya, Luri. Aquí estoy”. Entonces yo corría a su panza para abrazarlo. Y lo apretaba mucho, mucho, mucho. Lo apretaba mucho porque siempre lo he querido así: mucho.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario