Desde los 13 años, Norma salió a hacerle frente a las fauces del devenir. Así, entre las jornadas laborales y la secundaria, transitó su adolescencia y aprendió a no rendirse a fuerza de darle batalla a la necesidad; esa que tiene los colmillos afilados y las mandíbulas dispuestas a masticar a cualquiera.
Llegó de Tijuana a los cinco años. La pregunta de su edad la tomó por sorpresa. No es que no me la haya querido decir ni que tratara de aparentar algo. Es sólo que en medio del torbellino de todos los días, a Norma se le olvida aquello que no necesitará recordar durante la jornada. En la cafetería que tiene a su cargo verifica que los alimentos estén presentables, que el espacio invite a entrar, que los ingresos y egresos de la caja concuerden con el registro y hace acopio de todos los caballos de fuerza de que dispone para atender a una horda de adolescentes impacientes y hambrientos. Todo ello sin perder los estribos. Norma está encargada de sacar adelante un negocio que le fue encomendado desde hace once años. El prestigio que se ha ganado con tiempo y mucho cansancio es una prueba de que lo ha hecho bien. BIEN, con mayúsculas.
Cuando le pregunto qué es lo que más le cuesta más trabajo, me responde que el expresarse correctamente. Me lo dice, además, con una nitidez notable. Como si Norma no supiera que a todos nos cuesta una montaña encontrar la palabra correcta... como si no alcanzara a ver toda la luz que hay en lo que dice: que la felicidad se llama Manuel y tiene dos años con nueve meses, que Dios es su héroe, que le gusta el rosa mexicano para que la vean, que su lugar favorito es el agua.
A sus 32 años, Norma ya conoce la viudedad y no tiene cabida para el tiempo libre. Se levanta a las 4:30am para librar una batalla de dos horas de camino que van de ciudad Nezahualcóyotl al Estadio Azteca. A las 5:30pm, regresa a casa evadiendo los filos de la hora pico. Regresa sana y salva para ver a su hijo. Regresa después de haber dejado todas las obligaciones en su lugar y listas para el día siguiente.
A Norma le gusta el rock en español, la comida china, el sushi y los plátanos fritos. También le gusta mucho nadar. Desde siempre ha sentido cariño por los perros y ahora cuida a Napoleón a quien adoptó hace algunos años. Detesta que no le salgan las cosas y eso la hace ser muy cuidadosa con los números.
Hay algo de lo que está especialmente orgullosa: la confianza que se ha ganado a lo largo de los años. Norma es una persona honrada y no tiene pudor alguno en mencionarlo porque esa ha sido su única brújula en medio de la tempestad.
Sin darse cuenta, a Norma le pusieron la belleza y la virtud en el nombre. Seguramente eso es lo que la hace inquebrantable.
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