sábado, 19 de noviembre de 2011

Brenda, las ilusiones, la piel y el chocolate

Brenda tiene una habilidad notable para modificar la superficie del rostro y del cuerpo. Como muchos, su fascinación por las líneas y los matices sobre la piel, la descubrió con el tiempo. En su caso, no fue un accidente. Fue un coqueteo que desde siempre le ha hecho el escenario. Los colores ya estaban puestos en su casa desde niña y la posibilidad de transformar los espacios fue algo que le llamó la atención de entre la gama de posibilidades que ofrecía la carrera de artes visuales. No sabía exactamente cómo lo haría; tal vez ni siquiera sabía que estaba esperando el momento. Tampoco se preocupó. En lo que el destino la encontraba, se puso a hacer chocolates. Lo que empezó como un regalo para la comunidad de la iglesia, resultó una buena idea que creció, que se pulió y que rindió frutos durante muchos años.
El día que decide dejar al hombre y al trabajo que ya no amaba para dedicarse a la ardua labor del cacao y sus menesteres, sucedió. Empezó como un diplomado de maquillaje que tomó por curiosidad y terminó como la labor que la mantiene bien y de buenas. Como tiene mucha magia en las manos la llamaron prontamente. Brenda descubrió una capacidad inusitada para crear ilusiones ópticas sobre el rostro y el cuerpo. Descubrió que podía deformar la simetría y hacer de la imperfección una cualidad; que después de que los rostros pasaban por sus manos se convertían en otros y los gestos cobraban proporciones donde lo hundido se levantaba y lo pequeño crecía. Brenda le ponía color y personaje a la piel.
Desde entonces, los rostros que ha maquillado son incontables. Seguro más de tres millares, me dice. Más de tres millares con los que, sin buscarlo, establece una relación. Están los que sudan la vida durante el proceso de transformación, los que se comen el color inmediatamente, los que resultan de una delicadeza difícil de lidiar y los que se dejan iluminar fácilmente. También están los narcisistas que no pueden renunciar fácilmente a la forma original de su cara.
Brenda es en el escenario, de los invisibles que resplandecen sin estar ahí. Al final, resultó que no transformó los espacios sino los cuerpos en movimiento. Cuando se percató de la fascinación, supo que estaba atrapada porque ya no se podía salir de allí: que había aceptado dichosa la dificultad de hacer ficción a colores, de transformar las bocas en hocicos, de hacer escamas en la dermis, de ruborizar lo incoloro, de saturar y hacer escurrir los espacios áridos.
A sus cuarenta, Brenda debe cuidar de la aguerrida adolescencia de su hija que le da batalla todos los días, terminar unos títeres con los que está colaborando, encontrar a un entregado al chocolate que sepa continuar con lo que sabe y procurar con eficacia las dos temporadas de teatro que le esperan. Habla con calma, ríe sin dificultad y le brillan los ojos cuando platica todo lo que le falta. Tal vez ese sea el secreto de la satisfacción: saber hacer y tomar las cosas con serenidad.

3 comentarios:

  1. Me encanta formar parte de los tres millares de rostros.
    ¡Muy linda manera de platicarlo, Lourdes! En conjunto o en frases aisladas... qué disfrutable.
    Gracias.

    Minerva.

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  2. Gracias!!!!

    Da ganas de saber un poco mas.......

    ciao masa

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  3. Mine:
    Sí... haber sido coloreado por las manos de Brenda es padre, si no lo sabré yo.

    Masa:
    Que te quedes con el deseo es mi buena obra del día.
    Abrazo.

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