Hay señales que el cuerpo trae de nacimiento; otras que con el paso del tiempo desaparecen o se acentúan. Están los rastros que dejan otros cuerpos, otros climas, algunas intervenciones para sanar lo que hay dentro o aquellas que son la imborrable huella de una caída, de algún objeto filoso, de algún accidente que se nos atravesó en el camino o que, literalmente, nos atraviesan en el camino.
Hay marcas que están por un tiempo; otras que se quedan con uno. Algunas que resultan un triunfo y en otros casos, motivos de vergüenza. Vestigios de lo que nos sucede; recuerdo inevitable que se niega a desaparecer.
Hay, sin embargo, otros signos distintivos que nosotros elegimos en su forma y contenido; con sus colores específicos y trazos gruesos o delgados; inteligibles al público en general o reservado para nosotros a manera de código secreto. Situados en lugares visibles o escondidos en los rincones propios de la intimidad.
Para ello están los dibujantes y escribanos del cuerpo; los que tienen por oficio el testimonio de la tinta en la piel. Tatuadores que desde el principio de los tiempos hemos necesitado para modificarnos.
Roy es uno de ellos. De pulso y precisión infalibles, de actitud relajada y con el cuerpo grueso poblado de paisajes y personajes alucinantes.
Aquí, en la ciudad de México, un día en que la casualidad estaba de su lado, mi querido Roy tuvo la suerte de ver entrar en su estudio a un hombre escoltado que le pidió un retrato del padrino en la espalda: un San Judas Tadeo. San Juditas, el santo de los casos imposibles y desesperados para que lo cuidara de las balas, que lo salvara de las emboscadas, que lo protegiera de los enemigos hijos de puta que pedían 30 grandes por su cabeza. Ante una petición así, imposible negarse.
-Está quedando rechula la carita del padrino, patrón- Decía el escolta que traía una mariconera Louis Vuitton guardiana de quién sabe qué cosas que seguro servían por si a alguien se le ocurría cantarles un tiro o sacarles una compañera bien cargada.
Como los machos, casi no se quejó. Atendía las llamadas de los tres celulares que sonaban.
-Negocios, m’ijo. Ya sabe.
Durante la sesión que duró cerca de dos horas, escuchó más de diez veces su corrido favorito. Y mi querido Roy, amante de las motocicletas y metalero de corazón que poco o nada sabe de corridos, nomás no acertó a decirme el nombre de tan significativa canción.
La indumentaria de su cliente era discreta pero cumplía con el cliché de las cadenas de oro de grosor inalcanzable, con la Santa Muerte y el santo antes mencionado por padrino e intercesor ante Dios nuestro señor.
La propina fue en dólares y para fortuna de Roy, el patrón quedó satisfecho. Le dijo que le llamara pa’ lo que necesitara sin dejarle número alguno.
Así esa noche, así la suerte, así el oficio. Así el peligro.
Soy más fan de los tatuajes naturales: cicatrices, cortadas, lunares, manchas, mordidas, etc. Yo tengo una quemada que me hice junto con mi mejor amigo y muchos lunares que nunca he unido con una línea.
ResponderEliminarSaludos. Me gusta leerle.
Que curiosidad de conocer al tal roy... Quiero una historia de esas tatuada en mi piel...
ResponderEliminarFer:
ResponderEliminarUn gustazo tenerlo por acá.
Anónimo:
Roy es de los mejores tatuadores. Si te animas, te paso sus datos.
Abrazo para todos.