Se me sale el corazón. Las llaves. Tengo que buscar las llaves otra vez. Ya no intento responder lo imposible: ni lo que pensaba aquella vez que preparé una maleta, ni cuando me vestí por completo, ni por qué apestaba a insecticida la casa cuando desperté ayer, ni todas estas cosas que a veces me hacen desear nunca más cerrar los ojos. Se deben haber equivocado con el clonazepan. Tengo las piernas molidas. 8:17am. Casi diez horas y me siento como atropellada por un tractor. Martes, parece. Arriba. Arriba pequeño correcaminos. Siento que tengo el edificio encima de mí. ¡La mierda! Ahora tendré que dejar todo así porque no tengo tiempo de trapear estos charcos. Ya no sé por quién siento más pena, si por mí que tengo que sobrevivir el día con un retazo de lo que soy y luego ordenar todo este caos, o por ella que parece escabullirse o protegerse o navegar. Agua. Me siento como disecada; como la boca hecha grietas. A este paso me van a tener que amarrar. Todo está empapado y yo con tanta arena en los ojos.
Cuando se vio al espejo entendió todo por la hinchazón de la cara. Esta vez no pudo resistir. Sabía que la parasomnia la estaba rebasando. Entonces se dio por vencida. No era feliz: ni ella ni la otra que sucedía cuando dormía. Se acostó. Esta vez no tomaría precuaciones. La dejaría escapar.
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