martes, 15 de junio de 2010

Deshabitada

A veces, cuando despierto, me quedo con la sensación de que nunca abrí los ojos; de que este cuerpo no es mío, de que el aire que respiro viene de otro lugar.
Me dijeron que son problemas de propiocepción: la cabal certeza de habitarse uno mismo. Miro la mano, me concentro: esa es mi mano. No sé cuanto tiempo me lleva abrir y cerrar; mover los dedos. Esos que son mis dedos. Mover las manos ya es un avance. Con facilidad levanto los párpados (esos que son mis párpados) y muevo los globos oculares. Eso ya no me cuesta un terrible esfuerzo. De lo único que estoy segura es de este cansancio: este agotamiento sí es mío. Lo siento. No sé exactamente dónde.
Miro a la gente por la ventana: corren hacia el camión, van, vienen, comen, hablan, suben las escaleras, se protegen de la lluvia. Todo lo hacen con un sentido de la propiocepción intacto: saben dónde están sus piernas y no por ello pierden la atención de dónde están sus hombros y su cabeza. Seguro que ni siquiera se han percatado de que están habitando un cuerpo con absoluta cabalidad: con certeza. Como si fuera suyo. Como si ese cuerpo fuera su cuerpo y esas manos sus manos y esos brazos sus brazos. Parece ser que sólo yo sé que todo eso se habita y que sólo a mí me sacaron de él. Que tengo que hacer un gran esfuerzo para entrar y moverme; cuando paso de ahí a aquí.
Que lo tome con calma. Todos dicen que lo tome con calma. Y yo los escucho con estos oídos desde algún lugar. Estos oídos que me prestaron para escuchar. Al menos para eso no tengo que hacer un esfuerzo.
"Es una pérdida del sentido de la propiocepción, no de la cordura". Es que no me pueden escuchar la angustia. Escuchan la voz (mi voz), como un mensaje en clave morse: con el código de las palabras pero sin el significado de esta angustia. ¿En qué momento se cansó? ¿En qué momento le aburrí? ¿Qué hice o qué dejé de hacer para que me soltara el cuerpo o para que me sacara de ahí?
Mejor ni hablar de lo de antes. Suficiente tengo con percatarme de dónde están puestos los dos pies.
Cada que me dan las ganas de recordar, miro lo primero que se me ocurra: una rodilla, un codo; entonces me concentro para habitarlo. Sé que eso me mantendrá ocupada un buen rato. Por supuesto he intentado lo contrario, pero aunque no estoy adentro tampoco me puedo ir.
Ahora, el problema de asir las cucharas es soltarlas. Puedo enterrarme las uñas si no controlo las falanges.
Todos los días hay algo qué hacer, sólo que a diferencia del resto, yo me tardo más de lo esperado.
Tal vez un día se decida a regresarme a mi lugar. A mí me queda claro: Dios existe, pero lo que no sé, es exactamente a qué hora va a regresar.

2 comentarios:

  1. Yo no creo que los que corren hacia el camión y suben escaleras tengan el sentido de la propiocepción intacto, es más, no creo siquiera que tengan conciencia de su existencia.

    Que delicia poder ver una rodilla y registrarse a uno mismo, que suculento platillo debe ser el poder saborearse a uno mismo desde afuera, desde adentro, desde el cansancio o la propiocepción...

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  2. Querido Mond, no estoy de acuerdo... ¿alguna vez se te ha dormido una mano y dejas de sentirla? Tener esa sensación en todo el cuerpo me angustiaría muchísimo. Y, aunque simpatizo con tu idea de que las personas nos movemos automáticamente y no con una conciencia cabal de nuestra existencia, creo que el tema de la propiocepción es justamente que no lo haces de manera tan consciente, sino que nos sucede. Creo.

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