La ciudad de México se nos está convirtiendo en un lugar muy David y Goliat; donde los grandes monopolios caminan con sus gigantescas garras por encima de los diminutos negocios que buscan a toda costa seguir en el camino con los pocos e invaluables recursos que les quedan: selección cuidada y minuciosa vs. surtido a granel, contacto humano vs. máquina despachadora, sosiego vs. rapidez, hecho a mano vs. made in China, sonrisa verdadera vs. ¿encontró lo que buscaba?, refugios pequeños y entrañables vs. espacios inabarcables, sazón de casa vs. comida cuasiplástica.
Por fortuna, esos pequeños paraísos existen y espero, con todo mi aferrado corazón, que sus cualidades indispensables les garanticen la posteridad. He aquí una opción para cuando se necesite un pozole bien servido, un pambazo de leyenda, una salsa con almendras y ajonjolí que superan cualquier expectativa, una exótica agua de kiwi con tuna y maracuyá o la delicia de un café de olla que invita a platicar otro poquito más. Todo lo anterior, sólo por mencionar algunas de las delicias más distinguidas de nuestra gastronomía. Hay que mencionar que todo ello viene acompañado de Paty: chef de alto calibre con la sonrisa sincera y el trato generoso. Ella ofrece, sugiere, platica como pajarito vigoroso y da pruebas de su maestría en la cocina para ayudar a decidir al comensal asombrado de tanta sabrosura. Su lema es Lo que no le guste, no lo paga. Hasta ahora, nadie se ha podido resistir porque el primer bocado resulta una conquista inminente. Regresar es una promesa que todos nos hacemos porque después de sus ciruelas rellenas de nuez y bañadas en chocolate, la vida no vuelve a ser la misma. Ahí, en El pambazo loco, uno sale con la barriga bien llena y el corazón rebosante de pura felicidad.
Su pequeño negocio lo heredó de su madre y el virtuosismo que ha hecho de su talento, tuvo sus inicios con el primer postre que aprendió a preparar a los cuatro años. Y así, con la necesidad de ganarse el sustento desde que empezó a tener uso de razón, sin siquiera saber contar el cambio, Paty empezó a andar su vertiginoso camino. Estudió la carrera de turismo y se especializó en alimentos. Se enamoró, se casó, se hizo madre y hasta el día de hoy parece incansable. No se podría pensar otra cosa de una mujer que se duerme a las tres de la madrugada y que se levanta tempranísimo para prepararlo todo: seleccionar, comprar, picar, sancochar, freír, cocer y quién sabe qué otros secretos. Esa comida exquisita no sólo requiere buena mano, intuición y pericia, también tiempo… mucho tiempo.
Se sabe hechicera y confía en sus sortilegios porque es lo que le ha hecho vivir la vida con albricias a pesar del devenir, a pesar de todos los gigantes voraces que carecen de magia y candela.
Así pues, querido lector, acuda a Magdalena Mixiuca num. 15, colonia Magdalena Mixiuca para cuando necesite apapacharse el antojo y el espíritu.
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