Tenía poco más de 18 años y me gustaba el teatro.
Me gustaba tanto que no quería hacer nada más. En ese entonces, hasta la escritura se me hizo teatro.
Como era de esperarse en una casa de pequeños comerciantes, nadie me tenía fe cuando decía que quería ser actriz. Como escritora no se sospechaba nada; ni yo misma.
Como cualquiera que gusta de andar entregando la cabeza, la voz y el cuerpo, yo tenía todas las horas de todos los días con ensayos programados, obras por leer y proyectos apuntando a todos los horizontes posibles.
Como a todos los solitarios, me daba por lamentar el camino agreste que nos depara a los que nos toca recorrerlo sin palabras de aliento.
Y como la más pequeña de las hijas, me quejaba porque nadie me tomaba los sueños en serio. Y como todos los que cursábamos la carrera, en el fondo me afligía que el teatro no me fuera a dar una oportunidad.
En eso estaba cuando apareció mi tío Marcos.
Él vivía en Guadalajara y el destino hizo que el
messenger de aquellos tiempos nos pusiera a conversar. Él era pintor. Vivía de su talento y de entre mis otros dos tíos pintores, él era el favorito de mis ojos.
No sé bien cómo empezamos a chatear, pero con él yo podía hablar de aquella obra de teatro que estaba escribiendo. Me leyó con atención, me comentó sobre su personaje favorito, me envió imágenes que podrían darme material para seguir escribiendo...
Nunca nadie en mi familia me había visto así.
Le tuve confianza para decirle sobre las recurrentes amenazas de mi madre con aquello de retirarme el apoyo económico. El asunto me enfurecía y, por supuesto, me angustiaba. Entonces me preguntó sobre la cantidad de dinero que necesitaba mensualmente para estudiar; para continuar.
No exagero si digo que fue el primero que apostó por mí. No fue necesario hacerme ningún depósito porque mi madre jamás cumplió su amenaza, pero gracias a esa propuesta pude continuar con más esperanza.
Antes de fallecer en ese último infarto, pidió que sus cenizas fueran llevadas a Pátzcuaro. De esa manera nos transformó a todos en una caravana de gitanos. Yo pensé que mi tío Marcos ya me había dado todo el apoyo posible y necesario, sin embargo me esperaba uno de los regalos que hasta el día de hoy atesoro como el más preciado.
Mi tía Chela, su viuda, y mi primo Emiliano me dijeron que hablaba mucho de mí. Eso, por supuesto, me emocionó y pregunté qué era lo que decía. Ellos respondieron: "Que eres una gran escritora".
Lo dijo en aquel entonces cuando yo ni siquiera imaginaba que me iba a asir a la palabra; lo repitió en boca de mi tía para que supiera que debía continuar.
Lo dijo sin saber que esas palabras se me quedarían para siempre en la entraña.
Gracias siempre, Huerta.
Feliz cumpleaños.